Hervir un oso: un avance de PlayerUnknown’s Battlegrounds en Xbox One

Le robo el título al imprescindible libro de Miguel Noguera y Jonathan Millán por dos motivos: el primero, porque PlayerUnknown’s Battlegrounds tiene su germen conceptual en algo como Battle Royale (la película de Kinji Fukasaku, que además ha puesto nombre al género en videojuegos), que podría muy bien ser una de las ideas locas de Noguera. ¡Una gymkana escolar de matarse! El segundo, porque hervir un oso es, en un sentido muy metafórico, lo que consiguió hacer Brendan Greene para dar con la fórmula del éxito que ahora todos quieren reproducir o directamente copiar: reducir el caldo de DayZ (otro gran fenómeno en su época, un jodido oso en su nicho) a fuego lento hasta que solo quedan sus esencias, su esqueleto blanco y limpio despojado de carnes accesorias, redondo como una esfera perfecta que solo contiene lo necesario para divertirse y emocionarse.

Se hace un poco extraño escribir un avance sobre un juego al que acabo de llegar pero que lleva más de un año siendo la comidilla de esta industria a varios niveles: desde el puramente lúdico hasta el comercial, pasando por el geoeconómico (no olvidemos que PUBG es técnicamente un juego coreano), el estadístico, e incluso el mediático, ya que se ha convertido en uno de esos títulos que tiene sentido ver (y no jugar) en YouTube. Yo mismo he estado observándolo en vídeos de su versión de PC, esperando a poder participar en sus matanzas cuando llegase a las consolas, y ahora los que llegamos tarde a la fiesta por fin podemos cruzar la vallita de terciopelo rojo. Y lo que hay al otro lado es, lamentablemente, una mera antesala: la versión Game Preview que cuelga del catálogo de Xbox One roza lo inaceptable en lo técnico por prematuro.

Si bien es un port aún en desarrollo y la etiqueta «preview» debería darle el beneficio de la duda, el rendimiento en Xbox One (en mi caso la original) en la tasa de frames por segundo y en la velocidad de carga de texturas es algo más que desastroso: es un problema y un obstáculo que entorpecen una experiencia tan clínicamente afinada que sufre un desbarajuste importante cuando las acciones no tienen las consecuencias del todo apropiadas. No cabe duda de que Bluehole mejorará en algún momento la optimización de un PUBG que tampoco parece el tipo de juego que pondría al límite la capacidad de procesamiento de la actual generación de consolas, pero que uno de los fenómenos del año llegue a una nueva plataforma en estas condiciones es algo que debe ser apuntado. Y apuntado queda.

Más allá del aquelarre de indecencias técnicas que desfilan por PUBG, y a pesar de todo, no es difícil comprobar en la primera partida por qué ha funcionado de una manera tan rotunda: tal como decía al principio, el mérito de Green es haber aligerado y sobre todo agilizado el MMO de supervivencia a base de someter la sesión de juego a los caprichos del cronómetro y de las zonas de peligro. Si el gran problema en DayZ y sus imitadores era la enorme dispersión y la persistencia, algo que hacía aflorar los más bajos instintos en los campers y ponía a prueba la tolerancia a la frustración del explorador inquieto (asesinado la mayoría de las veces desde distancias obscenas, sin opción para defenderse o huir), aquí la solución es ese espíritu urgente que obliga a los participantes a mover el culo a toda velocidad de un punto a otro, agrupándose cada vez en menos espacio y acumulando armamento y equipo que tiene un valor estrictamente práctico, que se desvanecerá tras la partida. Se solventa así también esa sensación de asfixia existencial cuando en los MMO de supervivencia a uno le reventaban la quijotera tres innumerables horas de recolectar recursos con sumo cuidado y dedicación.

El gran acierto de PUBG es su naturaleza en cierto modo deportiva: esa manera de establecer reglas claras para todos, de delimitar la sesiones con un tiempo determinado y sobre todo de establecer un ránking que aporta un número concreto para reflejar el rendimiento del jugador en esa partida y estimar su propia capacidad para mejorar y desenvolverse en el juego. Ganar una ronda contra otras 99 personas quedando como único superviviente proporciona una sensación satisfactoria muy inmediata que se hace difícil no comparar con eso que suele llamarse «la gloria deportiva».

De hecho creo que PlayerUnknown’s Battlegrounds tiene potencial para convertirse en un pez gordo de los eSports precisamente porque su planteamiento rompe con los rasgos del eSport tradicional, siempre centrado en mantener un equilibrio riguroso que garantice la igualdad y el triunfo de la habilidad individual o colectiva en situaciones neutrales (de hecho las comunidades de juegos como Overwatch suelen debatir largo y tendido sobre cada faceta de cada personaje, a sabiendas de que los desarrolladores beben de ese feedback siempre en busca de pulir la experiencia y alcanzar la máxima simetría). PUBG en cambio no podrá nunca desligarse de un diseño en parte caótico, de la arbitrariedad como virtud y de su condición de imprevisible, todos ellos aspectos necesario y beneficiosos para la experiencia y, creo, puntos fuertes que otorgan al juego una identidad propia relacionada justamente con esa incerteza deliberada: en PUBG no siempre gana el mejor o el más habilidoso. Y si algo le viene bien a cualquier deporte, sea digital, físico o de tablero, es precisamente que nadie sepa exactamente qué demonios va a suceder.