Avance de The Last of Us

Yo no las tenía todas conmigo después de ver The Last of Us en el E3 del año pasado. Creo que lo comenté en algún podcast: la presentación que nos hicieron era en tiempo real, pero lo que vimos (no jugamos: en esa ocasión solo vimos a alguien de Naughty Dog jugar) era exactamente lo mismo que habíamos visto en vídeo antes. Una coreografía aprendida y bien repetida. No las tenía todas conmigo porque temía que fuera así todo el rato: un vídeo largo que, llegado el momento, pudiéramos repetir, tal cual, en casa; una secuencia de momentos más o menos guionizados preparada para que la reprodujéramos, mando mediante, estampando a los mismos enemigos en las mismas paredes, jadeando en las mismas coberturas mientras esperamos a que Ellie haga los mismos movimientos. Ahora he podido jugarlo, y creo que olí humo donde no había ningún fuego.

El principio de la demo pre-alpha que pude jugar estaba muy bien escogido. Somos Joel, el barbudo protagonista, que recorre las calles de un Boston post apocalíptico acompañado de Ellie, esa niña que no ha conocido otra cosa más que las ruinas de la civilización; pero también estamos con Tess, otra superviviente con la que tenemos una relación que huye de lo unidimensional, que tiene, como los motivos por los que vamos con Ellie, más zonas de sombra que de luz.

Es un juego muy bien escrito. No puedo hablar demasiado sobre el argumento o el desarrollo de los acontecimientos, porque los cincuenta minutos que jugué parecían más de transición entre hitos y no ocurría nada capital para la historia (me da que sabemos menos de lo que creemos: Naughty Dog parece estar guardándose lo gordo para el final, para cuando lleguemos a la versión definitiva del juego), pero de nuevo estamos ante un elenco de personajes que, como en Uncharted, dejan patente el talento de sus escritores: me impactó especialmente Ellie, una niña sin infancia, una adolescente que ha vivido toda la vida en un refugio para supervivientes y cuyo vocabulario choca frontalmente con lo que uno espera de una chica de su edad. Es malhablada y temperamental, se ha criado entre gente que vive con la amargura de haber perdido todo lo que tenía, pero en el fondo tiene catorce años y sigue estando indefensa ante los peligros de un mundo terriblemente hostil para el que nadie la ha preparado.

Es un personaje complejo y muy bien pensado para provocar en el jugador una mezcla de distancia y cercanía muy curiosa: más de una vez me paré sin pensarlo a esperar a que me alcanzara, para ver si llegaba bien, y más de una vez me preocupé por saber su posición mientras me las apañaba para deshacerme de un grupo de infectados. Ni lo uno ni lo otro tienen más sentido que el meramente humano: se las sabe apañar bien y no necesita de nuestra ayuda en ningún momento, pero de alguna forma es inevitable no preocuparse por ella.

Si en Uncharted se mezclaban tiroteos intensos con plataformeo más o menos dirigido, aquí el cambio de registro es considerable: The Last of Us es un juego reposado, con picos de tensión altísimos en momentos muy concretos y que confía más en la exploración calmada y el combate basado en el sigilo y la buena gestión de nuestros recursos, más cercano al survival horror que a la aventura de acción. La munición es verdaderamente escasa y en muchas ocasiones de la recolección y gestión de ciertos objetos que podemos encontrar en los escenarios (desde trapos hasta tijeras o alcohol) depende la manera en que podemos afrontar las secciones de combate.

En la demo que jugué, los enfrentamientos iban de más a menos a medida que avanzaba: primero tuve que luchar contra un único infectado (un clicker: algo lentos y ciegos, pero muy fuertes), y cometí el error de gastar en él más balas de la cuenta. Luego tocó enfrentarse a un clicker y varios runners, infectados más recientes pero con todos los sentidos alerta y muy veloces, a pesar de su menor fuerza física; los excesos anteriores me obligaron a esforzarme en ser sigiloso, aunque de todos modos las balas son más un apoyo que una herramienta básica: en ningún momento tuve más de seis para la pistola o tres para la escopeta, una cantidad más que insuficiente cuando los grupos son más o menos numerosos.

La creación de objetos con los materiales que encontramos juega un papel importante precisamente por lo secundario de las armas de fuego. Inspeccionar los escenarios para conseguir recursos nos permite improvisar cuchillos, mejorar nuestra arma cuerpo a cuerpo pegándole tijeras para aumentar su daño o mantener la linterna con pilas suficientes para poder orientarnos correctamente en las zonas oscuras. Me pareció inteligente cómo los botiquines y los cócteles molotov están enfrentados cuando tenemos que decidir qué objetos crear: los dos se hacen con los mismos materiales, así que de nosotros depende si preferimos tener más vida o más capacidad de ataque. Casi al final de la demo, comprobé que no está de más tener un cóctel molotov a mano: aprovechando que los clickers se guían principalmente por el oído, lancé un ladrillo que los reunió a todos en un punto concreto de la habitación que tenía que atravesar, y aproveché para tirar allí un cóctel: un éxito.

Cuando terminó la demo, con Joel abriendo una verja para que Ellie y Tess pasaran y un grupo de infectados acercándose peligrosamente con intenciones más malas que buenas, todas las malas vibraciones que llevaba arrastrando desde el E3 se esfumaron. Todavía me quedan ciertas dudas sobre los enfrentamientos contra humanos, el desarrollo de la historia y el porcentaje de exploración y paseo más o menos contemplativo en relación con las zonas en las que tenemos que enfrentarnos a infectados, pero se nota que The Last of Us es Naughty Dog dándolo todo. Tuve la misma sensación de estar ante un juego tan extraordinariamente escrito, rotundamente diseñado y magistralmente ejecutado como Uncharted 2; no se me ocurre una mejor manera de despedirse de PlayStation 3 que esta, por rotundidad y por inconformismo. The Last of Us es extraordinario, es arriesgado; no es un movimiento muy habitual, pero parece que en Naughty Dog no tienen ningún miedo a echarle un órdago a la generación.