gamescom 2014: Primeras impresiones de Far Cry 4

El de Far Cry había sido, hasta ahora, uno de los culos más inquieto en su género. Pasó de Crytek a la propia Ubi, se dedicó a buscar su identidad lejos de los FPS pasilleros y con cada cambio de número se presentaba una fórmula moderadamente distinta. Pero con el fenomenal Far Cry 3 y sus 9 millones de copias vendidas, estaba claro, llegó el momento de plantar la bandera.

Far Cry 4 es un juego muy parecido a su antecesor, eso no se puede discutir ni disimular. Igual tampoco hace falta. Si el continuismo es el elefante en la habitación, la respuesta del juego es la que vimos en el E3: dejar que te subas a él.

No había paquidermos, aunque sí en un par yaks, en la primera zona de la demo que probé. También a ellos se les da bien lo de atacar campamentos: si lanzas un cacho de carne —entiendo ese cebo se conseguirá cazando— cerca de un soldado, van para allá a embestirle y crean una distracción. No es la forma más sutil de completar la misión, ni mucho menos la única. Mi opción favorita sigue siendo la de buscar caminos menos evidentes para flanquear la base, marcar a los enemigos con la cámara y tirar de sigilo. Hay novedades en cuanto a las herramientas que puedes usar —la ballesta es más inmediata y menos divertida que el arco, prefiero los nuevos cuchillos arrojadizos—, la estrategia resulta tan familiar como el objetivo: hay cargarse al líder de ese grupo de mercenarios, apuñalándolo sí o sí. A Ajay Ghale, el nuevo protagonista, lo de pinchar se le da tan bien como a Brody. Las ejecuciones básicas son idénticas, de hecho, y no pude ver la nueva habilidad que permite abordar un coche en marcha porque no había vehículos por ahí: para escapar de la zona, toca usar el wingsuit y planear durante un buen rato, esquivando puentes con cuidado para no acabar estampado en cualquier ladera del Himalaya.

A esa altura, con las montañas blancas, me pareció que tenía más sentido el cambio de localización. Escalando por ahí, usando el nuevo gancho para sacar partido a la verticalidad, pueden salir los momentos más espectaculares —la nieve y la iluminación, lo mejor del apartado gráfico— y propios de Far Cry 4.

No hubo tiempo para salirse del camino, desgraciadamente, porque tocaba transportarse a Shangri-la. Imagino que aquello está porque mira, porque Far Cry 3 tenía algo similar, pero la visita a ese mundo místico me pareció un tanto ridícula: con la ayuda de un tigre blanco que podría ser el de He-Man, armado únicamente con un arco que ralentiza el tiempo, tienes que cargarte a un puñado de fantasmas con máscara para poder acceder a un templo y tocar una campana sagrada. No quiero volver a leer esa frase, no quiero que me saquen del mundo donde soy un chaval nepalí que se topa con una guerra civil cuando vuelve de Estados Unidos para esparcir las cenizas de su madre.