Impresiones del multijugador de Gears of War 3

Con el estreno de esta franquicia, Epic Games venía a decir que vale, que ya podía empezar la generación actual. Mucho más que el escaparate perfecto para un motor gráfico histórico, el primer Gears of War ha acabado siendo uno de los títulos más influyentes de los últimos años. Las ahora indispensables coberturas o ese peculiar sprint son elementos de diseño fantásticos, mucho más profundos de lo que aparentan, que además valen doble: definen y enriquecen tanto la experiencia individual como las partidas en red. Todavía es pronto para hablar de cómo se cerrará la trilogía a nivel argumental, pero la recién estrenada beta multijugador de Gears of War 3 nos permite echar un ojo un modo que, por suerte o por desgracia, pero con toda la intención del mundo, tiene como mínimo la misma importancia que la campaña. Nunca he me ha importado eso de aparentar ser un experto en la materia, así que vuelvo a dejarlo claro por si escribo mal el nombre de una escopeta o presento como nuevo algo que no lo es tanto: nunca le he dado mucha caña al multi del Gears. Con el primer título me empaché de campaña y para cuando llegó la secuela Modern Warfare y yo eramos —¡seguíamos siendo!— un único ente indivisible. Por eso no descubrí al instante que en Gears of War 3 el ritmo se ha acelerado ligeramente, para dejarlo en algún lugar entre el 2 y el 1 sin renunciar a unos matices de personalidad únicos. No lo vi inmediatamente, decía, pero tampoco lo cuestioné cuando Lidia Pitzalis, durante la presentación en el Salón del Cómic, recordaba las palabras de Cliffy B y sus colegas; efectivamente, los giros parecen algo más suaves, las carreras son un poco más controlables y los personajes, un pelín más ligeros. Igual es cosa de la nueva armadura, en plan camiseta imperio, que gasta Marcus. El ajuste, en cualquier caso, es mínimo: todo sigue siendo necesariamente pesado, brutalmente contundente, y me siento cómodo a los pocos segundos a pesar de que no recordaba la última vez que aplasté una cabeza Locust. Tanto el Lancer, oh, ese rifle a una motosierra pegado, como la demoledora —pero sin pasarse— Gnasher siguen ahí, así que no necesito más. Los empalamientos con la bayoneta tienen ese noséqué de la primera vez, pero ni con eso se compensa la desastrosa precisión del Retro-Lancer. Con la nueva recortada de dos cañones tienes casi asegurada una baja a corta distancia, pero lo mucho que se tarda en poner el siguiente par de cartuchos, incluso con la genial recarga activa, tienes muchos números para ser el siguiente. El marginado Hammerburst, en mi opinión poco potente para ser semi-automático, completa el arsenal por defecto a elegir. El resto, desde el rifle de precisión hasta la preciada Mulcher a manivela, pasando por novedades algo extrañas como una especie de lanzador de topos explosivos, están desperdigadas por el mapa. Los cuatro que hay en la beta tienen un tamaño adecuado y un diseño notable, aunque tal vez siguen propiciando más de lo debido esos cansinos duelos de voltereta, escopetazo, voltereta, escopetazo. Se les ha intentado añadir dinamismo, aleatoriedad y cierta tensión con más coberturas destructibles y detalles como la tormenta de arena en las trincheras o la posibilidad de hacer caer el marcador para intentar aplastar a alguien en el campo de Thrashball; son totalmente intrascendentes, anecdóticos, pero más bienvenidos que molestos. En cuanto a modos de juego, el Team Deathmatch roba como siempre el protagonismo a los demás. Soy el primero que va ahí de cabeza. Es normal. La peculiaridad aquí es que, más que premiar el juego en equipo, se castiga el individualismo; el objetivo no es acumular cierto número de puntos, sino hacer que el rival gaste antes el número limitado de respawns que comparten los miembros de cada equipo. Teniendo en cuenta que derribo no equivale a muerte, es vital tener a alguien que te ayude cuando estás moribundo, a gatas, antes de que venga un enemigo, te arranque un brazo y te dé de leches con tu propia extremidad hasta que la se apague la luz. Mucho más desmadrado, tiene también su gracia lo de capturar al líder contrario y usarlo como escudo humano —o Locust— el tiempo requerido, pero la conquista de territorios en King of the Hill es algo descafeinada. Después de la que lió Gears of War 2 con el matchmaking, era normal que se pusieran las pilas con eso. Siempre he encontrado partidas en cuestión de segundos, sin el menor problema, incluso durante el pasado fin de semana, cuando los servidores dedicados todavía no estaban en marcha. Ahora, y lógicamente cuando el juego final se ponga a la venta, nos costará muy poco decir adiós al lag y a la ventaja para el anfitrión. Fantástico en ese sentido. Poco más, por ahora, más allá de un apartado visual marca de la casa, sin un salto gráfico destacable, pero con nuevos efectos y una fluidez intachable. Es evidente que el multijugador de Gears of War 3 es divertido y parece claro que había que optar por la ausencia de cambios drásticos. Mentiría si dijera que no echo de menos algo similar a rachas de bajas, pero es evidente que esto es distinto y que la moda en los FPS solo se deja ver, se me olvidaba, en la ingente cantidad de medallas, recompensas y puntos de experiencia con los que desbloquear personajes y skins para las armas. La saga en la que todos se fijaron, faltaría más, puede y quién sabe si debe permitirse el lujo de cerrar su primer ciclo sin mirar a los demás.