Primeras impresiones de Nintendo Land

Dije hace unos meses que Nintendo Land me parecía una de las peores formas de rematar una conferencia de E3 que se me ocurrían, pero que «la cosa cambió ligeramente después de dedicarle un tiempo a los minijuegos temáticos» de este curioso equivalente a Wii Sports con el que Nintendo quiere demostrar algunas de las cosas de las que su nueva consola es capaz. Sigo pensando lo mismo: nuestras apuestas iban más por una pequeña sacada de chorra enseñando, de golpe y porrazo, Black Ops II para terminar de dejar claro que se apuesta por un tipo de jugador, el de Call of Duty y FIFA, hacia el que ahora la compañía japonesa parece mirar más que nunca, pero no fue así. Entre los juegos que pudimos probar en Fráncfort, en fin, había varios de Nintendo Land; puede que el tiempo no haya modificado mi opinión sobre la conferencia de Nintendo en el E3 o que la haya cambiado hacia peor, pero con esta recopilación de minijuegos, y pronto matizaremos eso de minijuegos, ha pasado justo lo contrario: cuanto más la veo, más me convence.

Jugamos a cuatro secciones nuevas, para varios jugadores e individuales: Pikmin Adventure, Metroid Blast, Mario Chase y Balloon Trip Breeze. También estaba Battle Quest, el basado en Zelda, sobre el que ya escribí en su día: se puede volver al avance que publicamos en junio para saber más de este y otros minijuegos más de Nintendo Land. Ahora vayamos directo a los que no conocíamos, en el orden, por qué no, en que jugamos a ellos.

Olimar controlado vía GamePad y unos Miis disfrazados de pikmins son aquí los protagonistas: colaborando entre jugadores hay que avanzar por los niveles, haciendo piña en ciertos momentos para eliminar a los enemigos más grandes o activar resortes que nos llevan a áreas a las que no se puede llegar en solitario. Los Miis pueden saltar y atacar a golpe de headbanging, y Olimar se puede aprovechar de su ejército de pikmins para defenderse, además de utilizar su silbato para atraer a los jugadores hacia su posición, desde donde puede lanzarlos.

Los elementos que baraja Pikmin Adventure son sencillos, pero sus combinaciones son muchas: no sólo porque las estrategias que se forman entre los jugadores tienen potencial para ser muchas (y en muchos casos, como en los jefes más duros o en ciertas plataformas que sólo se activan colaborando, necesarias), sino porque el juego tiene una entidad que parece, como tantos otros en Nintendo Land, trascender la del minijuego; de ahí el matiz del que hablaba antes. Quizá no sea un juego de treinta horas, pero sí que hay suficientes niveles, todos ellos diseñados de manera que no son pocas las rutas alternativas y secretos que podemos encontrar si jugamos varias veces, como para ir un poco más allá del minijuego de usar y tirar que, de alguna forma, me esperaba.

Sorprendente cómo, si te parabas a mirar cómo jugaban otros, siempre encontrabas otras formas de afrontar ciertos pasajes: se me viene a la cabeza uno en concreto en el que, para cruzar un puente, mi grupo simplemente fue recto, el to’ pa’lante clásico, golpeando sin piedad todo lo que se cruzaba; otros periodistas encontraron una ruta secreta desde la que se podía hacer aparecer unas bombas: cooperando para hacerlas estallar de la manera correcta, no sólo te cargabas a todos los malos sino que el descalabro que causabas en el escenario hacía aparecer un buen montón de néctar, necesario para subir de nivel y hacer más daño. (También está bien cooperar para recoger el néctar: si un jugador chupón va rapiñando todo y los otros se quedan a dos velas, es probable que los que están en desventaja mueran como ratas en las áreas más jodidas; las vidas son compartidas, así que lo ideal es que no haya gente en el equipo que muera de un par de bocados mal dados.) El objetivo final es siempre el mismo: subir a la nave de Olimar sanos y salvos, después de haber eliminado a un jefe previsiblemente mucho más duro que los villanos normales.

La segunda atracción que pudimos probar era en verdad una vieja conocida: ha llovido desde que lo probamos por primera vez, en 2011, aún sin nombre y fuera del contexto de Nintendo Land, recién presentada la consola y estando nosotros aún confusos y excitados por haber inventado la palabra Wü. La cosa sigue siendo parecida: los que usan el Wiimote controlan a Miis disfrazados de Samus, y el jugador con GamePad controla la nave. Los primeros apuntan a la tele como ya hemos hecho en tantos juegos de Wii; el del GamePad apunta aprovechando el giroscopio de la tableta, y puede, aprovechando que juega en su propia pantalla, manejar la nave moviéndose, aunque también hay controles tradicionales para los que, como es mi caso, no sean tanto de hacer mucho paripé a la hora de jugar.

Cuando lo probamos por primera vez, la cosa iba de jugadores sin nave vesus nave; no sé si aquí todavía estará esa opción, pero en los niveles que jugamos había que cooperar para superar varias hordas de enemigos que iban apareciendo. La incomodidad de andar pasando de pantalla de la tele a GamePad hace que la comunicación entre jugadores sea aquí también importante, pero me convencía más el modo competitivo del año pasado; sólo pudimos jugar dos niveles, quizá no representativos de lo que puede haber más adelante, pero me pareció demasiado fácil y sin demasiado motivo por el que volver a él una vez terminado.

Otro de los viejos conocidos: anteriormente conocido como Chase Mii, este juego de pillar a Mario es muy ilustrativo del juego asíncrono de Wii U: los que usan Wiimote miran a la televisión, y el que tiene el GamePad mira la pantalla del mando; la gracia está en que los que usan la televisión no vean la pantalla del GamePad y viceversa. Este último controla a Mario, con una perspectiva cenital y un mapa del nivel en el que puede ver las posiciones de sus oponentes, mientras que los demás usan a Miis que tienen que perseguir por varios escenarios al fontanero, con el objetivo de, entre todos, encontrarlo y derribarlo.

Muy sencillo y muy, muy divertido: los niveles, con áreas de diferentes colores para que sea más sencillo delatar a viva voz la posición del Mario huidizo, recuerdan a algunos de los mejores de las batallas de globos de Mario Kart, y tienen sus trampas y tácticas: por ejemplo, en uno de ellos hay un foso de barro que ralentiza la carrera, y unos puentes para atraversalo que desaparecen a los pocos segundos de pasar por ellos. Parece de esos que dan para muchas partidas; el tipo de juego que nunca está mal tener cerca cuando, como parece ser el objetivo de casi todo Nintendo Land, hay cinco amigos en casa y se quiere jugar a algo directo y divertido.

Un título no puede ser más descriptivo: este minijuego, el único para un jugador que había en el evento, es como el modo Balloon Trip del clásico Balloon Fight de NES pero controlando al muñeco con la brisa. El objetivo es volar, usando el stylus o el dedo para lanzar ráfagas de viento que muevan a nuestro personaje; comenzamos en una isla durante la mañana del día 1, y desde ahí tenemos que llegar, recogiendo la mayor cantidad de globos posible, hasta la siguiente isla, esquivando los pinchos y enemigos que nos salen al paso y lidiando con el scroll automático. Por cada isla a la que llegamos avanzamos de mañana a tarde y de tarde a noche, y de la noche de un día a la mañana del siguiente; los globos, a medida que vamos cogiéndolos sin dejarnos ninguno, van cambiando de color y aumentando su valor, con lo que hacer combos es esencial para conseguir puntuaciones decentes.

Los que me conozcáis un poco habréis visto en esta última frase la clave de por qué me gustó tantísimo Ballon Trip Breeze: combos y puntos. Como devoto de la Iglesia del High Score™ no puedo sino rendirme ante cualquier juego que me permita estar pegado a la pantalla durante horas intentando superar records. Aquí la cosa tiene chicha: el juego no tarda en hacerse complicado, y las variaciones que se añaden en algunos niveles (como por ejemplo un viento que nos empuja constantemente hacia delante, o un paquete que podemos colgarnos y que añade peso a nuestro personaje, además de permitirnos coger globos desde una distancia mayor) le dan mucha vida a las partidas.

Los objetivos de Nintendo Land parecen dos: enseñar varias funciones de la consola y su peculiar mando (el juego asíncrono; las capacidades táctiles de la pantalla; el giroscopio) y servir de puerta de acceso a los que prueben la consola por primera vez. Lo dijo Xavi Robles alguna vez: Nintendo tiene bastante que ganar ofreciendo un juego divertido y suficientemente potente para que los primeros usuarios se conviertan en prescriptores cuando aprovechen reuniones y fiestas para jugar con sus amigos y familiares. Nintendo Land sorprende por eso: sus atracciones pueden no llegar a ser juegos con la misma entidad que las franquicias en las que se basan, pero están suficientemente por encima de ser sólo minijuegos como para que tengan, algunos de ellos, más vida útil de lo que uno podría esperarse de una colección de casi-demos-técnicas. Todavía nos quedan varias partes, muchas de ellas para un jugador, por ver; por fuerza vamos a tardar moderadamente poco en probarlas: el 30 de noviembre a más tardar, cuando Wii U se ponga a la venta, con Nintendo Land, recordemos, incluido si compramos la versión más cara.