Los juegos que le han dado a Housemarque su estatus como estudio de culto suelen tener un aire a clásico, pero nunca son anacrónicos. Outland se fijaba en Ikaruga para hacer algo que estaba totalmente en sincronía con un tipo de juego que Ubisoft trabajó con sorprendente frecuencia en esa época, como From Dust o Child of Eden; Resogun encajó a la perfección en el debut PlayStation Plus en PS4, pero además sacaba partido de la por entonces nueva consola de Sony para generar una atmósfera y un tono que luego han sido muy imitados, generalmente mal; Nex Machina y Matterfall salieron casi a la vez y formalizaban una apuesta por el arcade para el nuevo milenio que ese mismo año 2017 se dio la vuelta y se convirtió en un triste desencanto por el género en el que se habían convertido en especialistas.

Puede que cuando Housemarque declaró muerto el arcade y se puso a trabajar en un juego-servicio multijugador quien hablaba fuera la frustración más que otra cosa, pero el caso es que el año pasado pusieron en pausa su (¡glups!) battle royale y no mucho después anunciaron Returnal, su debut en la nueva generación de consolas: un roguelike de acción mucho más cercano a lo que solemos esperar del estudio y que, de nuevo, quiere ser mucho más contemporáneo y pop de lo que puede sugerir su superficie.

Después de jugar alrededor de siete horas a Returnal, creo que lo que al principio parecen concesiones (la perspectiva de shooter en tercera persona o la estructura de roguelike, que somete el diseño de niveles a lo procedural en pos de la «rejugabilidad», según explica el propio juego la primera vez que lo arrancas) acaban integrándose con mucha naturalidad en la filosofía de diseño de Housemarque. En Returnal somos Selene, una astronauta atrapada en un planeta alienígena y, para colmo, también en un bucle temporal: cada vez que muere, despierta de nuevo en el lugar en el que se estrelló con su nave, en el mismo momento en el que empezó al anterior bucle, sin I Got You Babe de por medio pero definitivamente en un Día de la Marmota ambientado en un lugar más que misterioso. La historia, deudora del New Weird de una forma no muy distinta a la de otros juegos recientes como Control, se despliega así en una serie de runs de longitud variable que dan cantidades variables de información nueva y que juegan con los misterios del bucle de maneras en ocasiones sorprendentemente interesantes.

De eso habrá que hablar más adelante, si se me permite, porque ahora el tema es otro. Ya digo que lo que se pueden ver como concesiones para sacar adelante un proyecto como este (apadrinado por Sony, con el peso de ser uno de los todavía no muchos exclusivos que hay en PlayStation 5, etc.) acaban resultando más naturales de lo que parecía cuando juegas un rato y cada pieza del puzzle se va colocando en su sitio. La base la forma un sistema de combate sencillo y directo, que recurre a apenas un par de truquitos para darle a los disparos una profundidad en la que se nota el sello de Housemarque. Les cuesta un poco más de lo habitual, pero las armas acaban teniendo mucha personalidad; las combinaciones de disparo normal y secundario, también aleatorias (cada una tiene una forma base, digamos, más una serie de atributos, tipos de ataque y habilidades especiales puestas al azar), son fáciles de entender pero difíciles de dominar, otro de los mantras de Housemarque, y ofrecen posibilidades a la vez que obligan a adaptarse a las restricciones de cada momento. El diablo está en los detalles, sin embargo: el nivel de las armas que aparecen en tu run (en cofres, abiertos o cerrados con llave, o matando a enemigos fuertes o midbosses, por ejemplo) depende de unos objetos que ligan directamente la exploración del escenario a tus posibilidades de encontrar mejores herramientas, y los atributos variables hacen que no siempre te merezca la pena, por estilo de juego o porque tus perks en ese momento encajan peor, coger simplemente las armas más potentes o de mayor nivel. Al revés, muy a menudo un disparo secundario con el que te manejas mejor resulta más oportuno que una mayor cadencia de tiro o más potencia. Los perks, por su parte, aquí vienen en dos variedades: están los que te ofrecen mejoras o nuevas habilidades y los que dan desventajas con las que hay que lidiar. No hay solo una forma de conseguirlos, por otro lado, sino una multitud: están los artefactos, que añaden beneficios para tu personaje activos hasta que se reinicia el ciclo (hasta que mueres y empiezas desde cero, sin nada, para entendernos), pero también hay cofres con maldiciones que, a cambio de obtener lo que hay en su interior, te ponen la zancadilla hasta que cumples unos requisitos específicos, como por ejemplo coger una serie de ítems; por haber, hay hasta unos parásitos que se te enganchan y te dan algo bueno y algo malo, y que pueden ser desacoplados (a veces también con consecuencias negativas) o que se van cuando se «usan» unas cuantas veces.

Este ecosistema de variables es tan denso y complejo como el de cualquier roguelike, a pesar de la clara ambición de crear un representante del género que apele no solo a quienes ya disfrutan de la (excesiva, quizá) oferta de los estudios pequeños y medianos sino también a un público más general, quizá más acostumbrado a encontrar otro tipo de juego bajo el paraguas de Sony. Es, y lo digo como un elogio, un roguelike para todos los públicos; mejor dicho, es un juego convencido de que todos los públicos pueden disfrutar de un roguelike, sobre todo si lo que lo sostiene en pie son unas mecánicas y una filosofía de diseño tan accesibles y dinámicas como las de Housemarque. Quizá se pueda ver aquí otra concesión, porque aunque es un arcade y es un roguelike también es un juego de presupuesto elevado y que está decidido a vestir su propuesta con una serie de galas que no se suelen ver (dicho en plata: no renuncia a lo cinematográfico que se espera en una producción de Sony, para nada), y aunque de momento me resisto a tener una opinión muy sólida sobre este tema sí he notado, en los varios mundos («biomas», por usar la jerga habitual) que he visitado en estas horas, un tono y un peso muy únicos en cada run, definitivamente más largas y elaboradas que en los sospechosos habituales del género. Hay una narración muy prominente en la partida, y hay una serie de hitos que estructuran el progreso y que le permiten a Returnal ser aleatorio y a la vez tener el clásico marcador de misión que te indica en el minimapa qué tienes que hacer y dónde; no todas las partidas tienen esa misma densidad, pero jugándolo me ha quedado clara la intención del experimento, que casi parece querer mezclar en un mismo cóctel las costumbres de un juego de acción cinematográfico «premium» con el «una más y lo dejo» de los loops frenéticos que suelen verse en un roguelike.

Pero la del roguelike es una carrera de fondo, así que imagino que me quedan todavía un puñado de horas y de repeticiones por delante. La primera impresión, ya digo, ha sido más que positiva: es un juego de Housemarque, no cabe duda, y esa era seguramente la mayor duda que teníamos quienes hemos seguido de cerca el trabajo del estudio finlandés de un tiempo a esta parte. Es curioso que sea justo Housemarque, que parecía estar en la mejor posición para defender a capa y espada las supuestas esencias de lo arcade, la que firme este experimento tan excéntrico, tan difícil de asir: al fin y al cabo, si un género se ha caracterizado en estos últimos años por tener como base ciertas convenciones de los arcades más clásicos (las cinco pantallas/mundos, los patrones de balas densos o los loops al cumplir ciertas condiciones durante la partida son patrimonio de los shmups de toda la vida, por poner algunos ejemplos) ese es el roguelike. Aun entendiendo la fatiga que provocan, personalmente disfruto mucho estas propuestas semialeatorias, inmediatas y potencialmente infinitas; a falta de ver cómo sigue, me interesa mucho lo que tiene Returnal de intento de convencer a las masas de que también pueden disfrutarlo, que Housemarque sigue en forma y que el arcade no está muerto.