Fran

En el número 24 de la revista Cactus, Fran habla sobre El adversario, un libro de Emmanuel Carrère centrado en el asesino Jean-Claude Romand. El enfoque del artículo es arriesgado. Hablar sobre true crime siempre lo es. Un par de adjetivos de más, una descripción inadecuada o prestar demasiada atención a los detalles pueden llevar al texto desde la brillantez hasta el amarillismo. Fran lo resuelve con clase. No se centra en el asesino, no se recrea en los hechos. Al final, decide hablar de algo que conoce muy bien: la identificación con otros. En «Bailar con los demonios», normaliza la obsesión que muchos escritores (que muchos de nosotros) tenemos con los asesinos. Como todos los escritores, Fran tenía muchas obsesiones pero las maquillaba con elegancia. Inteligente, era capaz de relacionar con naturalidad cualquier tema, cualquier juego, con alguna de las inquietudes que le rondaba la cabeza. Pero si siempre vuelvo a este texto por encima de otros en los que también muestra su dominio de la escritura, con su conocimiento de la cultura pop, su control del ritmo literario y su excelente trabajo de documentación, es porque aquí decide poner el foco en la empatía. Y de eso, que nadie lo dude, Fran sabía mucho. Cuando compré la revista en la que aparecía «Bailar con los demonios» aún no conocía a Fran. Lo había visto una vez en un evento tras el que le pedí que me firmara el Anuario del 2016. Es precisamente ese encuentro, en el que él se mostró increíblemente amable mientras yo no levantaba la mirada del suelo, el que recordaba en la prórroga del último Reload en el que participamos juntos. No puedo escuchar ese audio. Sé que no podré hacerlo durante mucho tiempo. Porque mi recuerdo no se queda en la voz de Fran y mis carcajadas de vergüenza, sino en sus mensajes de preocupación por saber si me había sentido incómoda. Porque Fran siempre procuraba hacernos a todos sentir bien. Cuando alguien se marcha, especialmente si lo hace de manera inesperada, es fácil caer en la exaltación exagerada, dejarse guiar por la corriente y perder objetividad. Pero leyendo los miles de mensajes sobre mi compañero, los que destacan su talento y buen hacer, su carácter combativo e irreverente y su afilado sentido del humor, creo que nos hemos quedado cortos. Porque Fran era eso y mucho más. Fran era bueno. Bueno, en absoluto. En el mejor y más real de los sentidos. Era (es) el corazón de Anait y es por eso por lo que ahora nos cuesta funcionar. Iba contar dos anécdotas, dos momentos privados que rebosan su humanidad. Estoy segura de que a él no le hubiera importado que las compartiera, pero no puedo. Como muchas cosas importantes suenan pequeñas e insignificantes al narrarlas. No consigo encontrar el tono. Además, ahora las quiero solo para mí. Tenéis sus textos, sus chistes, sus opiniones. Yo me quedo con dos pequeños tesoros. Soy afortunada. Gracias, Fran.

—Marta

Creo que nunca llegué a preguntarle a Fran si solía empezar sus textos por el principio. Yo soy muy de encallarme ahí, de saltar al tercer párrafo y después ya se verá, pero me parece criminal hacer eso aquí. Hoy es normal no encontrar las palabras, escribir sin pensar y borrar al segundo, beber un poco y frotarse los ojos porque, joder, esto es una mierda. Pensando en sus artículos, queriendo recuperar algo parecido a citas célebres, la cabeza se me ha ido varias veces a esta crónica sobre el paso de Dino Patti por el Gamelab 2017. Supongo que no tiene mucho de especial, más allá de lo que tienen todos sus textos —convertir una charla como cualquiera y una entrevista normalucha en una lectura interesante; tratar un juego del que no sabemos nada con una ilusión tremenda y honesta—, pero mi mala memoria parece tener una pequeña fijación con esa entrada. Supongo, de nuevo, que será porque ese día lo pasé con él. Me gustaba, de forma casi egoísta, estar con Fran en ese tipo de eventos: abrir paso para la silla de ruedas, empujarle las rodillas cuando no estaba bien sentado. Durante un ratito, unas pocas horas al año, le ayudaba yo a él y no él a mí. A pesar de sobrarle los motivos para vivir de espaldas al mundo, a pesar de ser «satánico moderado», no podía contener su bondad. Se le filtraba, constantemente, en forma de una cierta inocencia que a veces despistaba: hablando con él era habitual pasar del comentario más ácido al «joder, Fran, parece que hayas nacido ayer». Alguna vez, cuando puntuaba alto, parecía un tipo impresionable; en realidad estaba siendo generoso, como aquellos profesores que se esfuerzan por entender a los alumnos cuando corrigen. Le costaba desconfiar. Fran, pinjed, fue un montón de cosas para muchos de nosotros. El principio y el fin del debate sobre las introducciones off-topic, un liante en Twitter, un maestro en eso de contagiar el gusto por lo extraño, el peor cantante en un podcast de videojuegos, una persona ejemplar. No es justo que no pueda seguir siéndolo. Gracias a ti, Fran.

—Pep

Si me tengo que quedar con algo, me quedo con haber tenido la suerte de tener a Fran como amigo y compañero. Pocas personas me han ayudado tanto como él: en el sentido puramente literal, casi pedestre, de estar siempre ahí para echarme una mano cuando lo necesitaba, de ofrecerme dinero incluso cuando él tenía lo justo, de decirme una palabra reconfortante cuando me sobrepasaba cualquier problema totalmente irrelevante del que yo mismo hacía una montaña; pero también de una manera mucho menos concreta —y también mucho más valiosa— animándome a ser más atento, más amable, más comprensivo. Fran me habría reprochado esta cursilería, pero lo cierto es que, simplemente siendo mi amigo, me hizo ver el mundo de otra manera. Siento que soy mejor persona gracias a él; siento que era mejor persona cuando él todavía estaba conmigo (con nosotros). Me parece importante resaltar esto porque creo que sirve para entender mejor el vacío que ha dejado Fran en toda la gente que le conocía. En quienes le conocíamos de manera íntima pero también en los que, como seguramente sea el caso de muchos de los que estáis leyendo esto, le habían hecho un sitio en su vida a través de sus textos o del podcast Reload. Fran tenía una inteligencia arrolladora —imposible si no tener un sentido del humor como el suyo— y contagiosa. No se me ocurre una manera mejor de describirla: muchas veces, casi todas, tuve envidia sana leyendo a Fran, por la facilidad (aparente, porque de primera mano sé que trabajaba mucho cada texto) con la que sabía poner en contexto los videojuegos de los que hablaba, tratándolos con naturalidad como cultura, o sea, respetándolos como se respetan las cosas cuando te acercas a ellas con inteligencia. Yo mismo me beneficié, y me atrevería a decir que una buena parte de la crítica de videojuegos en español también lo hizo, de esa cualidad contagiosa de la inteligencia de Fran. No le hacía falta ponerse barroco ni dárselas de nada para que su discurso tuviera una altura y un valor enormes, difíciles de encontrar en castellano o en cualquier otro idioma. De verdad me siento afortunado por haber compartido con Fran estos años. Igual suena vulgar, por egoísta y por nimio, pero en estos pocos días que han pasado desde que se fue me he acordado de él incluso cuando me intentaba distraer para no pensar en lo que había pasado: jugando a Red Dead Redemption 2 he querido comentar con él lo que me iba pareciendo; leyendo he encontrado párrafos que quería enviarle, como solíamos hacer; incluso visitando de manera casual alguna web de cine he pensado, al ver que se iba a estrenar tal o cual película, en enviarle el enlace a Fran por si le interesa. Suena vulgar, insisto, pero estos pequeños intercambios íntimos solían dar paso a conversaciones sobre la familia, sobre nuestros estados de ánimo, sobre casi cualquier cosa. Pensar que esta última semana va a ser lo normal a partir de ahora —que ya no voy a poder compartir con Fran mis cosas, y que Fran no va a poder compartir conmigo las suyas, una de las pocas cosas que me hacían verdaderamente feliz— me resulta asfixiante. No quiero parecer exagerado ni caer en la cursilería, pero así lo siento: se ha ido una persona de una bondad, una generosidad y un valor incalculables. Puedo decir muchas cosas muy rimbombantes sobre la importancia del trabajo de Fran o enumerar infinidad de momentos anecdóticos en los que me demostró su cariño y amistad con gestos de los que ni siquiera se percataba, pero doy por supuesto lo primero y me guardo para mí lo segundo. No puedo hacer otra cosa que darle las gracias por todo lo que hizo por mí y por todo lo que me enseñó, lo que nos enseñó a todos, y celebrar el amor que profesó por su familia, incondicional y ejemplar. El afecto y el humor que demostraba cuando hablaba sobre su hijo son prueba de ello, y una de las mejores formas de recordar a Fran. Llevo toda la mañana escribiendo y borrando, en este último párrafo, un «te quiero, Fran» que no sé si dejar o no. Normalmente le preguntaría a él si le parecía que quedaba bien o no. Creo que le habría parecido un poco sensiblero pero al final me lo habría aceptado. Te quiero, Fran.

—Víctor