Entrevista a Irina Shayk en el evento de NFS: The Run

Tiremos la moviola un poquito para atrás, que diría Maragall. Año 2009. El año del buey según el calendario chino. El año de Nikolái Gógol según la Unesco. El año de la juventud en Rusia. En Cuba se legalizan las operaciones de cambio de sexo gratuitas y la ayuda social a transexuales. Dimite Vladimir Voronin como presidente de Moldavia. Tras 47 días de secuestro, el Alakrana fue liberado tras el pago de un rescate de unos 4 millones de dólares. Descubro a Irina Shayk en los foros de Anait. El amigo @renack ponía el 3 de marzo de 2009, en la página 6 del “Hilo extraoficial de mujeres indiscutiblemente hiteables”, las fotos que me descubrían a la actual novia de Cristiano Ronaldo. Mi respuesta, en la siguiente página, era «Joder, este hilo es épico. DOS COSAS, antes que nada: Irina Shayk es la mujer más guapa del mundo. Poned más fotos de ella, y wallpapers, coño. Mylene Jampanoi, lo mismo. No llega al nivel de la Irina, pero casi». Investigué un poco —el concepto “investigar” aplicado a buscar a ver si encuentras fotos en tetas pierde un poco de glamour, por cierto, pero ahí estamos— y este vídeo de una sesión de Sports Illustrated en Italia me acabó de convencer. Los que me conocen saben que he mantenido esa opinión desde entonces, a pesar de haberse convertido en la novia del némesis futbolístico número dos de los culés. Año 2011. Octubre. Recibimos una llamada a las oficinas de AnaitGames. Resumiendo, dijeron «Hola, soy de Electronic Arts. ¿Te interesaría ir a un viaje a Londres para entrevistar a Irina Shayk y probar el multijugador de Need for Speed: The Run y BBRBRBRBRFFFF BRBRBRBFFF…» Ya no escuché nada más; se me nubló la vista, aparecieron cuatro gotitas de sangre en mi nariz y caí desmayado. «Do you like playing videogames?» Mi voz sonó truncada, flojita, y me atragantaba con mi propia saliva, que es la forma más penosa de demostrar que estás nervioso. «Eh, bueno, no he sido una gran fan de los videojuegos…» dijo en inglés. «Cuando era niña intenté jugarlos, pero a mi hermanastro sí que le gustaban mucho», explica Irina con una voz grave y con tremendo acento ruso. «Jugaba a juegos de coches y cosas locas. Y ahora que aparezco en un juego pues sí, claro que voy a jugar. De hecho ya lo hice cuando me filmaron. Diría que es loco, porque una vez empiezas no puedes parar. Pero… ¿de qué va el juego? Va de una carrera de San Francisco a Nueva York que…» Yo ahí sí que estaba loco. Need for Speed: The Flan. Mi cerebro, de hecho, se detuvo. La sensación fue un poco distinta, noté como si se hubiese tensado, como si de repente se hubiese contraído y solidificado. Las conexiones neuronales quedaron en el limbo, no corría ningún tipo de información por ahí. Simplemente le decía a mi brazo que aguantase la grabadora y a mi boca que sonriese mientras Irina hablaba. Estaba alegre y se veía genuinamente simpática y abierta, sin miedo a darte un golpecito en el brazo para saludar o reirse a carcajadas si algo le hacía gracia. Esa cordialidad, simpatía y buen rollo, que, por cierto, no esperaba para nada, todo lo contrario, todavía me dejaba más frito. «…tiene de premio 25 millones de dólares. ¿Quién no quiere ganar 25 millones de dólares? ¿Tú no quieres?», me pregunta. “Eh… s…», empiezo. «Sí que los quieres. Yo también. Y eso es loco. Está lleno de gente loca intentando ganar el dinero. Yo interpreto a un personaje que se llama Mila Belova, es rusa pero vive en Nueva York y creció en una familia muy rica. Su padre tiene un garaje enorme lleno de coches. Todos deportivos. Un día ella va ahí y se enamora de los coches, y decide hacer una carrera de San Francisco a Nueva York para ganar los 25 millones y ayudar a su amiga, que también compite, para donar el dinero a una fundación contra el cáncer porque su madre murió de esta enfermedad. Así que básicamente creo que es muy interesante que un videojuego se haga eco de este mensaje, que es muy importante. Ganar el dinero y darlo a una buena causa. Corremos por una buena causa, básicamente». «¿Y cómo fue el proceso con el que te digitalizaron?», le pregunto. «Pues básicamente yo llevaba un traje muy muy estrecho —badoom— y me pusieron esos dispositivos de captura de movimiento. Fue una experiencia asombrosa. Fue en una habitación enorme en Los Angeles y con 300 cámaras. Te dicen que estás en un garaje y tú dices dónde está el garaje, aquí no hay nada, o te dicen haz como que pones gasolina, y dónde está el coche, así que básicamente tienes que actuar y simular que es tu coche y simular que te golpean por la derecha, o que estás enfadada… había millones de ordenadores, y te ponían diferentes ropas, y… es como magia». Le pregunto que cuánto duró, y me dice que «unas catorce horas, aproximadamente. Eran muy profesionales. A veces tienes que grabar un anuncio y te tiras tres días porque la gente no sabe lo que está haciendo». A partir de ahí la cosa ya derivó en que ella me contaba más o menos lo que le habían dicho que tenía que contar. Se liaba de vez en cuando, me explicó que su abuela es la que conduce, no ella, y que su abuela conduce como una loca, y que vivió en Barcelona y que le gusta mucho el país, la gente, la comida —dímelo a mí—, la “fiesta” y que los españoles tenemos una mentalidad muy parecida a la de los rusos. ¿En serio? «Sí, eso creo», dice. «Bueno, hey, no te estoy comparando con esos rusos que están muy locos. Bueno, yo lo estoy, ¡jaja!» «Well, OK, I think that’s all». La madre que me parió. Esa frase me acompañará durante años. Me dan 15 minutos para entrevistar a la mujer más guapa del mundo y suelto I think that’s all cuando la grabadora marca 8 minutos 50 segundos. No sé, Xavi, pregúntale por sus últimos trabajos, por si tiene ofertas para hacer cine, más cosas de Need for Speed… algo, ¡algo! Pero mi cerebro sigue bloqueado como una roca, apretado y duro, intimidado por esos ojos irrealmente verdes y asesinos, y solo puedo levantarme y pedir que me hagan una foto. Tengo tantas ganas de irme que ni me fijo en que sale borrosa: esta es mi única prueba de que estuve ahí, y también una buena metáfora de cómo estaba yo.