En lugar de una hermenéutica, necesitamos una erótica del arte
—Susan Sontag: Contra la interpretación
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En mi búsqueda de sentido me he topado con muchos comentarios sobre los huevos. Unos, dos, tres crepitando en la sartén ante los ojos impresionados y hambrientos de los comensales que esperan de pie con el estómago vacío. La técnica, el gimmick, el perfecto golpecito de muñeca para girar estos pequeños soles y que frían por ambos lados. No hay preguntas en los huevos: son huevos. Quizás pasa lo mismo con Arctic Eggs: es un juego de cocina. Me niego a defender ninguna de estas afirmaciones. Buscamos sentidos y hablamos de la pequeña gran sorpresa de este año con su creador, Kevin aka The Water Museum.
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Había frito ya más de una docena de huevos, por lo menos una cajetilla entera de cigarrillos y un par de latas de sardinas cuando me encontré a dos personas hablando en el muelle. Hasta ese momento, mis conversaciones crípticas con los habitantes del mundo desvencijado y áspero de Arctic Eggs habían ido desde lo anecdótico hasta lo gracioso, lo que me hacía acercarme a los personajes con más razones que simplemente alimentarlas con lo que llevaran en los bolsillos. Había visto atisbos de reflexiones sobre su situación y sus vidas, pequeñas ventanillas que yo intuía escondían a la mano creadora detrás. Mirando al mar, la chica que pregunta a todo el mundo que si se pueden freír huevos en el Everest está haciendo esa misma pregunta a uno de los tantos soldados que pueblan las calles sin un propósito aparente. El soldado infiere más de lo que la chica espera, y de repente el gag repetido del juego —una persona obsesionada con una idea loca—, se convierte en una reflexión sobre las inseguridades, la necesidad de validación y, en general, la ambición. ¡Este juego me habla!, pienso. «Muchas de las conversaciones que empiezan con la pregunta de freír huevos en el Everest son mis propias ideas sobre el arte», me dice su creador, Kevin —que en los créditos y en Twitter aparece como The Water Museum— por videollamada. Lo siento como una revelación.
Arctic Eggses un juego sugerente en dos direcciones. Por un lado está la sensualidad de la fritura, la caricia neuronal que produce el sonido del chisporroteo —un ASMR casi perfecto—, la mano que agarra firmemente la sartén por el mango, el calor de juntarse alrededor de la cocina. Pero por otro lado su mundo esquelético es evocador, sostén de una experiencia casi onírica, lleno de habitantes y sus momentos íntimos que interrumpimos cuando nos acercamos, sartén en mano, a preguntarles si tienen hambre, mientras el Santo de los Seis Estómagos custodia la ciudad. Arctic Eggs contiene más preguntas que respuestas siendo, en apariencia un juego de freír huevos y otras aberraciones. Pronto la jugadora se da cuenta de que no es solamente eso, por mucho que su manejo, mecánica y diseño sean casi perfectos y merecedores de toda la atención.«Es un juego que va de hablar con la gente», me dice Kevin. Sus personajes parlotean por las esquinas de esta ciudad brutalista sobre Argentina, sobre la comida o su falta de ella, sobre los delfines que participaron en una guerra, sobre los flamencos que alguna vez vieron sobrevolar los edificios que ahora se erigen sobre ellos como eclipses. Nunca dan más información sobre su situación que la estrictamente necesaria, y me dice Kevin que «solamente un par de personajes dan algo de información sobre el mundo porque los personajes que sobreexplican me dan un poquito de vergüenza. Disfrutaste de cualquier cosa que te dijeran los personajes porque hay muy poca información sobre el mundo».
No le pregunto a Kevin su edad (es de mal gusto y además yo siempre pienso que la gente tiene mi edad) pero trabaja en una agencia de publicidad en algún lugar de Florida. Es diseñador 2D y 3D, pero lo que hace en su trabajo a tiempo completo poco tiene que ver con los videojuegos. En muchas de sus horas fuera del trabajo asalariado hace lo que muchas reconocemos: trabajar más, pero esta vez en algo que no fuera por cuenta ajena, en algo propio. En su página de itch.io hay tres juegos labrados en este tiempo productivo pero fuera del capitalismo: Do Dishes as Spencer, IBIS AM y Arctic Eggs. Aprendió programación a través de una serie de Youtube llamada Coding for Dummies y se puso a hacer videojuegos: «estoy cansado de trabajar en cosas mecánicas, de hacer cosas perfectas». Por lo que me dice intuyo que parte de su acercamiento a esto nunca fue el de convertirse en un desarrollador a tiempo completo, aunque ahora, con la atención que ha recibido Arctic Eggs, me dice que le gustaría. Hay algo en Kevin en lo que me reconozco, y en lo que escucho los ecos de la conversación en el muelle: en el salto de fe a hacer cosas creativas mediado por la inseguridad y su condena a la desesperanza de que sean realmente buenas. Kevin es amable y sincero, me recomienda a mí y a todo el mundo que no juguemos a ninguno de sus juegos anteriores y no se termina de creer del todo las reviews extremadamente positivas, los fan arts, los elogios que está suscitando Arctic Eggs. Yo hago todo lo posible por intentar convencerle de que son merecidos, no me escondo.
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Hay dos versiones de Arctic Eggs en su página de itch.io: la versión final (la misma que podemos encontrar en Steam) y la versión de la jam donde nació. El juego ha sido como una rápida escalada al Monte Everest. Nació en la BIGMODE Jam de 2023 (que se celebra a finales de año) y se lanzó completo en Steam a principios de 2024 para aprovechar el tirón que tuvo la versión de jam, que por lo visto se vendió muy bien en Japón. Kevin cuenta que el 90 por ciento de lo presente en el juego final fue hecho semanas antes de su lanzamiento en Steam: «no fue un buen plan, si hubiera sabido de los lanzamientos que salían justo esa semana no lo habría hecho». En consecuencia la versión y la versión de jam no son muy diferentes, aunque en este corto lapso de tiempo a Kevin le dio tiempo a soñar (quería diseñar una nave espacial para que pudieras visitar varios asentamientos) y a cambiar cosas con las que estaba insatisfecho, como por ejemplo la dificultad. El producto final es sustancialmente más sencillo que la versión de jam, en el que me cuenta que solamente la mitad de los que la jugaron pudieron terminarlo —la sartén era bastante más plana y no había selector de dificultad—. En este corto lapso de tiempo, Kevin ha recorrido un camino hacia la sencillez y hacia lo que él llama fallar fácilmente: «Ha acabado mi fase rebelde, ahora solo quiero que la gente acabe el juego». Me cuenta que le encanta ver a la gente manejando bien la fritura y viendo videos de su aprendizaje: cómo empezaron lanzando huevos a la cara de los comensales hasta acabar siendo auténticos master chef.
Mientras hablamos y alabo la escritura de Arctic Eggs, en Twitter me aparecen varias capturas de sus momentos y diálogos (Danny O’Dwyer de NoClip compartió unas cuantas). Kevin se sorprende: «nunca he sido un escritor. En la versión de la jam había cosas mal escritas que tuve que corregir después», y me dice que su escritura solo funciona para un videojuego —estoy de acuerdo, pero funciona de lujo es lo que me gustaría decirle—. Estas capturas encapsulan todo lo que hay más allá del mango de la sartén: los momentos y los diálogos pero también la estética y el diseño de los personajes del otro diseñador 3D, CDbunker. Todo esto desconcierta en cierto modo a Kevin: «me sorprende descubrir que he engañado a la gente haciéndoles creer que el juego es de mayor calidad y que está mejor escrito de lo que está. Cada ángulo de la cámara se configura manualmente. Estás viendo exactamente lo que quiero que veas; probablemente el suelo fuera de ese ángulo de cámara no esté hecho». Nos reímos: es la magia de los videojuegos, le digo.
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Finalmente le pregunto por la ideación de Arctic Eggs: el camino final para recibir respuestas a mis preguntas, a mis interpretaciones. Kevin me habla sobre un proyecto descartado, un juego cuyo recorrido documentó brevemente en su canal de Youtube llamado Food for Antarctica en el que, como trabajador de un restaurante de comida rápida, debes cocinar para comprarte un ticket a, precisamente, la Antártida. Me habla de su situación personal cuando desarrollaba ese juego, cómo era la materialización de un deseo escapista, cómo las mecánicas y la premisa de Arctic Eggs ya estaban allí. Yo voy y le cuento un rollo sobre estar cómoda en las experiencias que insinúan atisbos de algo más que no se llegan a desarrollar nunca, en no interpretarlo todo, pero le acabo confesando que, para mí, el juego va de pequeños momentos de intimidad.
Me da una vergüenza terrible. Quizás, como la mujer que pregunta sobre los huevos le dice al solado en el muelle, estoy interpretando demasiado. Kevin parece conforme con eso.
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Ya lo tenía en el radar, pero entre Víctor y tú acabáis de vendérmelo.
Entre el Reload y este díptico (un buen MOC, Master of Combos) resulta difícil resistirse a uno de los que parece destinado a copar las litas de mejores juegos del año dentro de seis meses. Se celebra.
La entrevista merece mucho la pena, cuando el entrevistado y la entrevistadora encajan y todo fluye, el lector sale ganando.
No soy muy de jugar estos juegos «experimentales», soy muy jugador básico/comercial por catalogarme mal y pronto, pero confieso que este me genera mucho interés.
@nahuelviedma
Solo por la mecánica y lo gustosita que es te puede gustar. Además en 2 horitas lo tienes hecho 🙂
El juego me interesa regular, pero no podía irme sin agradecer a Clara el artículo. Me encanta tu estilo y es una alegría cada vez que intervienes en el Reload 🙂
Que artículo tan delicioso