Gloriosas revelaciones de los creadores de 50 Cent: Blood on the Sand ocho años después

Voy a empezar diciendo la verdad: esta noticia es una excusa tan válida como cualquier otra para que leáis, por favor os lo pido, la maravillosa reseña de 50 Cent: Blood on the Sand que escribió el Letras hace ya siete condenados añazos y que sigue siendo uno de los textos más hermosos que cuelgan de esta santa casa. Decía cositas como esta:

No dejes que su apariencia te engañe. Tras sus rocosos pectorales 50 Cent esconde el suave centro de algodón de azúcar de Curtis James Jackson III. En Blood on the Sand hay tiempo incluso para el amor, o más bien para un fugaz flirteo con la mujer que nos roba la calavera al principio del juego, una vez descubrimos que ella no es más que otra víctima del Villano. Fifty le salva la vida en el reencuentro pero se le nota cauto, quizá aún herido por ese atentado contra su propiedad. Cito textualmente: “You one lucky bitch, you know that?” En su siguiente diálogo, cuando ella devuelve el favor, se deja entrever la aparición de la tensión romántica: “You one crazy bitch, you know that? My kinda girl.” Sabemos entonces que la amazona mesopotámica ha vuelto a robarle, solo que esta vez el objeto del hurto es su corazón. Pasan unos tres minutos hasta que ella lo traiciona y vuelve a mangarle la calavera que Fifty acaba de recuperar. Bitches, whatcha gonna do. Perseguirla en Jeep y matarla, por supuesto.

¿Y a qué demonios viene hablar ahora de este loquísimo montón de mierda con pistolas? Pues a que en el último número de la Edge han entrevistado a varios de los responsables del desarrollo de Blood on the Sand —que por aquel entonces trabajaban en Swordfish Studios, un estudio que fue absorbido por Vivendi, luego pasó a manos de Codemasters y finalmente cerró en 2010; al fusionarse con Vivendi, Activision se echó atrás en su distribución y THQ compró los derechos del juego— para echarse unas risas compartiendo algunos recuerdos. Sobre la creación del segundo juego de 50 Cent ya hace tiempo que se cuentan historias de lo más extravagantes, pero hay una anécdota en este reportaje que le hace ostentar ya el estatus de leyenda de los desarrollos surrealistas. Explica Ian Flatt, director de producción, que «llegamos a un punto de planificación en que nuestros chicos debían coger un avión para presentarle la build a 50 Cent y su equipo de representantes. Él quería que su hijo, que en esa época debía de tener unos seis o siete años, estuviese en la reunión, que fuese la persona que jugase a la build y decidiese si era lo suficientemente buena». Aquí ya se nota que no fue ni de lejos un desarrollo normal, que a 50 Cent se la sudaba todo en gran medida y que sus representantes, por algún motivo, tenían miedo de llevarle la contraria. Pero la cosa mejora: «Así que empezó a jugar e iba diciendo, «¡Me gusta, me gusta, está genial! ¡Pero quiero un nivel que tenga helicópteros!». Un empleado del estudio le explicó que era un shooter en tercera persona y que no tenía helicópteros. Pero el hijo de 50 Cent dijo, «No, yo quiero helicópteros», y entonces 50 Cent se giró y dijo, «Ya le habéis oído. Haced un nivel con helicópteros». Y, efectivamente, el juego acabó teniendo helicópteros. Posteriormente propio 50 Cent hizo también otra petición: quería persecuciones de coches. Según explica Flatt, la tarea de añadir esos elementos en la fase de desarrollo en que estaban era una absoluta chaladura sin sentido, y tuvieron que «coserle» esas partes en tramos separados dentro de un juego cuyo código y motor no estaban pensados para gestionar vehículos, con todo el trabajo que eso supone. «Hubo que hacer coches que corriesen y chocasen entre ellos, crear una IA que te atacase mientras conducías, hacer el audio de los motores y las colisiones», lamenta Flatt. «[Requirió] toneladas de mecánica y trabajo solo para pequeñas secciones que eran completamente inútiles para la parte central de shooter». Así que de ahora en adelante, cuando veáis anuncios de Bebé jefazo y otras historias sobre niños pequeños tomando decisiones ejecutivas del más alto nivel corporativo, igual os reís de otra manera. Con una lagrimilla de puro bochorno asomando por la comisura del ojo.