Avance de Metal Gear Solid V: Ground Zeroes

Hideo Kojima, bestia indomable: estuve cinco horas jugando a Metal Gear Solid V: Ground Zeroes, y me faltan dedos en las manos y en los pies para contar las veces que me recosté en el asiento y pensé: ¡puto Kojima!. La primera nada más empezar: después de la cinemática de introducción, tan larga y retorcida como uno esperaría de un Metal Gear, cuando Snake mira a cámara y suelta su one liner: «Te he hecho esperar, ¿eh?» A la media hora de explorar la base Omega, el Guantánamo en el que se desarrolla Ground Zeroes, es fácil darse cuenta de que sí, nos había hecho esperar, y lo echábamos de menos; cuando los siete minutos y medio de créditos con que se cierra la misión principal terminan, la sensación es parecida a la que deja una serie cuando termina una temporada y nos damos cuenta de que esperar una semana hasta un nuevo capítulo no era nada comparado con lo que tenemos por delante: ahora nos falta un año hasta que empiece la siguiente. Y esta vez la temporada ha sido solo de un capítulo, y con un cliffhanger de los grandes, de los que duelen. Puto Kojima.

Aunque Ground Zeroes, la misión, es sólo el 10% de Ground Zeroes, el juego (nos entendemos: no sé qué término usar, pero tampoco quiero llamarlo demo), es evidente que ahí está lo importante. Ahí vivimos esa misión que conecta Peace Walker con The Phantom Pain, en la que tenemos que rescatar a Paz y Chico, dos niños encarcelados en el Campamento Omega. La aparente sencillez del objetivo (coger a los niños y llevarlos a un helicóptero) le va al pelo a Ground Zeroes para presentar unas cuantas de las bases sobre las que parece sustentarse Metal Gear Solid V: los espacios abiertos que multiplican las posibilidades de infiltración pero también nos exigen estar más atentos para, prismáticos mediante, ver a los enemigos y estudiar su comportamiento desde la lejanía; la mayor libertad a la hora de afrontar los objetivos, complicando las cosas tanto como queramos, lanzándonos a la aventura sin caminos cerrados ni espacios que se escapen a nuestro alcance.

Le va bien, creo, este clima a la misión principal para que el efecto del contraste con las secundarias sea mayor. A falta de tiempo dinámico, cada una de estas secundarias, cinco, nos enfrenta a la base Omega a una hora del día distinta. Se nota la diferencia: los enemigos nos ven más fácilmente, la actividad (el número de soldados que patrullan por la base, e incluso el tráfico de vehículos militares que se mueven por la base) es mayor por la mañana que por la noche, es menos recomendable jugar sin cuidado. En estas misiones extra, Ground Zeroes tontea con retos de habilidad distintos, con maneras de infiltración diferentes e incluso con tipos de jugabilidad frontalmente opuestos a lo que vemos en la misión principal. Las dos horas de esta misión grande ¹.

son una toma de contacto y una experiencia con mucho peso narrativo; las secundarias funcionan casi como desafíos, con sus calificaciones al final (yo hice B en todas), sus retos asociados y algunos secretos, además de las temidas y temibles narraciones en audio que nos van lanzando más y más interrogantes. Incluso cuando parece querer explicar algunas de las cosas que se van viendo, el juego acaba cerrando la explicación con más dudas, más cuestiones por aclarar, más cliffhangers que nos emplazan a The Phantom Pain.

Puede que sea este gatillazo, esta falta de conclusión real, lo único que le quite entidad a un prólogo, por lo demás, muy valioso para los fans más acérrimos que quieran darle un bocado previo a Metal Gear Solid V, no esperar tanto hasta reencontrarse con Snake. Las ganas de más con que deja Ground Zeroes son tremendas: puede que la tortura de ver el tremendo vídeo final, el cierre de los créditos y luego el tráiler de The Phantom Pain sea equivalente a la que el propio Snake sufría en el Metal Gear Solid de PlayStation.

Las misiones secundarias serían, siguiendo con la comparación, la vibración del mando que nos alivia un poco: profundizan en la preview de The Phantom Pain, dejando ver qué más cosas puede hacer el FOX Engine, cómo se puede usar el interrogatorio a los enemigos cuando los atrapas por la espalda, de qué maneras podemos aprovecharnos de este Snake en mejor forma que nunca para domar un entorno hostil y desconocido a base de recorrerlo e ir cogiéndole la medida. Cuando salí de las oficinas de Konami, cinco horas y pico después de empezar a jugar, llevaba menos del 30% de juego completado; sé positivamente que me faltaron cosas por ver, por escuchar y por encontrar: me faltó la misión exclusiva de PlayStation 4, la plataforma en que jugué, que sólo se desbloquea después de cumplir un objetivo nada sencillo durante la misión principal, y seguro que se me escaparon referencias, guiños y nuevos datos sobre la historia de Metal Gear Solid, porque no se puede decir que Ground Zeroes no sea generoso en contenido para los que estén interesados en rascar y encontrar nuevas cosas.

Seguro que más de un incauto pica y se compra Ground Zeroes pensando que es un Metal Gear Solid V con todas las de la ley, y no una suerte de early access más caro de lo normal que debería apuntar exclusivamente a los fans con menos paciencia; desde ese ángulo la cosa pinta más fea, pero una cosa os digo: hay juegos que cuestan más y tienen menos contenido, y sobre todo menos ideas y peor ejecución. Yo me quedo con eso: con el puto Kojima que me vino a la cabeza cuando vi dónde estaban escondidos algunos coleccionables, con el de cuando terminó el último vídeo y estaba clavado en la silla, con el del juego de referencias y filias que se pone en marcha usando como leit motiv la canción de Joan Baez de Sacco e Vanzetti. Seguramente soy menos duro con Kojima de lo que podría, pero soy de los que ha disfrutado muchísimo con cada giro marciano y cada extravagancia obsesiva que se le ha ido ocurriendo. Revisad el kojimómetro antes de ir a por Ground Zeroes.