Un año con Metal Gear Rising: Revengeance

1.

Tengo una partida de Metal Gear Rising: Revengeance en pausa mientras escribo esto. Estoy en el jefe final, el Senador, en Difícil. Lo de difícil no es una forma de hablar: cada diez por ciento de vida que le quito, del 200% que tiene en total, me está costando un buen montón, y suelo morir miserablemente en cuanto consigo dejarle en 150% y el hijo de puta, porque otro nombre, no tiene, se va a lo alto para lanzarme escombros que tengo que cortar con una precisión exagerada en modo zandatsu. Todo en orden; hace tres días que intento terminar Rising y no hay manera. Y mejor, mirad lo que os digo: por mí, que el juego se quede así. No quiero pasármelo. Que este sea mi endgame.

2.

Como parte de la celebración del aniversario de Metal Gear Rising, Platinum hizo una encuesta rápida por Twitter para saber qué había gustado más a los fans; los resultados fueron estos:

Es normal que sea el sistema de combate y los jefes lo que más guste al personal, porque son la clave del juego; lo de la historia se lo achaco a la falta de sentido del humor de muchos fans de Metal Gear Solid, incomprensible después de tantos años de Kojima echándose unas risas mientras habla de pacifismo y conflictos armados internacionales, y lo de la música tiene que ver, me gustaría pensar, con el gran sentido del humor, esta vez, de los aficionados a Platinum Games. Pero lo importante, repito, es el 50% de la encuesta: los dos círculos que hablan del combate y los personajes.

Metal Gear Rising es un juego de lucha. Es un hack and slash, claro, pero tiene dentro un Street Fighter: los enemigos llegan en grupos pequeños, y es habitual que los más débiles puedan ser ventilados rápido para que el combate se centre en uno o dos más fuertes que nos exijan buen dominio del parry y el contraataque. Se pueden hacer incluso paralelismos más o menos directos con juegos de lucha: el Metal Gear Ray del prólogo me recuerda a Onslaught en Marvel vs Capcom; veo algo de Voldo en Monsoon, el jefe del capítulo 3, y creo que es evidente que el enfrentamiento contra Sam en el penúltimo episodio es, en fin, un nivel de un juego de lucha.

Donde más pura veo esta intención de que el combate sea autónomo, que no necesite de las cabriolas narrativas que lo acompañan (algunas muy interesantes, por cierto), es en el jefe final. Armstrong, el Senador; uno de los personajes destacados por los fans en la encuesta de Platinum. La forma en que llegamos a combatir con él es un disparate total, pero es el combate más puro de todo Rising: desprovistos de nuestro catálogo de armas robadas a los jefes caídos, solo tenemos la katana roja de Sam para curtirle el lomo al jefe final, un enemigo durísimo, con rutinas de ataque espectaculares y suficiente fuerza en los puños como para vaciarnos la barra de vida de cuatro golpes.

Es un juego de Platinum, así que vamos a dar por supuesto que una primera partida en la dificultad normal no solo no es suficiente sino que es poco más que una introducción a lo que nos queda todavía por delante. En difícil, Armstrong es una barbaridad; es casi injusto: es absolutamente necesario dominar el parry, saber esquivar a la perfección todos sus ataques fuerte, no fallar al cancelar ninguno de sus agarres. No es la curva de dificultad más suave que he visto en mi vida, la verdad, pero sí es un ejemplo tangible (uno más, en realidad) de cuán equivocados están los que usan el término machacabotones para referirse a los hack and slash. El sensacional sistema de parrys y contras de Rising no entiende de machacar botones; el zandatsu, que en el resto del juego puede ser usado de forma más o menos creativa, aquí nos exige una precisión letal para anular los pedruscos que nos lanza el Senador, que para colmo nos matan de un golpe. Conocer las secuencias de botones que ejecutan cada combo ayuda mucho a cancelar algunos de sus ataques y dejarle indefenso.

3.

Nota: Ya, sé que técnicamente ha pasado más de un año desde que salió Rising, pero no sabía qué otro título ponerle a este texto. Un saludo, os deseo un buen fin de semana.