Primeras impresiones de Batman: Arkham City

Gotham es un puto asco de sitio, amigos. Está hecha un cristo, siempre sucia y con alcantarillas humeantes, siempre llena de rincones oscuros y pestilentes, siempre cubierta por un smog untuoso y una fina capa de lluvia ligeramente ácida. Por algún motivo que nunca ha quedado muy claro ni en películas ni en cómics ni en videojuegos, hay gente que aún vive allí por voluntad propia, como esperando a que llegue el momento en que algún perturbado escapado de Arkham intente partirles por la mitad. Gente que sale de su casa en esa ciudad perpetuamente nocturna a comprar unos Phoskitos al chino de la esquina sabiendo que, a la mínima de cambio, le puede pasar cualquier cosa: que el Joker los mate de risa, que el Espantapájaros los mate de miedo, que Dos Caras los mate de asco o que Calendar Man haga lo que sea que hace Calendar Man —algo que ignoro, pero que no promete—. Esa gente inconsciente y loca, esa gente que, afrontémoslo, lo está pidiendo a gritos, confía en que algo los va a mantener vivos un día más; esa gente confía en que la estupidez de bajar a por un bollito de chocolate a las cuatro de la mañana no va a ser lo último que hagan; esa gente confía en que, llegado el momento, algo se interpondrá entre ellos y su apresurada cita con San Pedro: ese algo somos nosotros y las cuatro toneladas métricas de mamporros que con nosotros vienen.

Dice la hoja de información de Warner Bros. Interactive España que Batman: Arkham City es un juego en el que controlaremos a Batman, pero por lo que pude ver en la presentación —y solo ver: la demo no era accesible para la gusanada— en realidad manejaremos a una inmensa hostia enfundada y contenida en un traje de murciélago que lucha con todas sus fuerzas por salir al mundo a romper cabezas, patear culos y quebrar espaldas. Y cabezas, culos y espaldas no le van a faltar: allí donde en Arkham Asylum podíamos brearnos con una docena de esbirros del mal, en Arkham City nos las vamos a poder ver hasta con ventiocho. Es verdad que no serán listísimos, es verdad que no serán de los que hacen sudokus y el crucigrama del New York Times los domingos, pero entre todos pueden juntar suficientes neuronas, músculos y mala baba como para medirnos el lomo, así que cuidadito. Por fortuna para nosotros, Batman viene con el palizómetro a tope (dispondremos del doble de golpes y movimientos que en el primer juego) y el cinturón cuajado de dolorosos y útiles archiperres, de modo que las viudas y los huérfanos en el sector del hampa se van a contar por cientos.

Como el bigote de @chiconuclear, Batman: Arkham City es el clásico ejemplo de la filosofía “más grande, más denso, más oscuro, mejor”, y el ejemplo más inmediato de ello es la propia Arkham City: un escenario cinco veces más grande que el manicomio de Arkham, treinta veces más malrrollero, setecientas veces más detallado y un gritón de veces más entretenido de visitar, aunque solo sea porque nos permitirá volar de un lado para otro con nuestra bat-capa e impulsarnos con nuestro bat-gancho en un ejercicio de planeo y navegación máximamente molón con el que seremos la envidia de todo el barrio.

Parece que cruzar Arkham City va a ser bastante divertido y visualmente espectacular. La dirección artística del juego, exagerada como es, sin embargo ha captado muy bien la luz, el tono y la atmósfera de Gotham, su mezcla de fascinación y decadencia, su atractiva decrepitud, esa sutil insinuación de algo que fue hermoso, pero que ahora da pena y algo de grima. Ese lindsaylohanismo de alto porte está perfectamente conseguido en los entornos y en los detalles, desde los neones de los carteles a las tapas de alcantarilla pasando por la inacabable colección de las azoteas de Gotham.

En esas azoteas podremos encontrar adorables grupos de gatitos que, contra todo pronóstico, no son nada inocentes: acerquémonos a uno y veremos cómo se nos abre la posibilidad de intercambiar papeles entre Batman y Catwoman. Con Catwoman podremos ir por el lado bestia de la vida, dedicándonos a robar y a hacer el mal sin remordimientos y sin medias tintas. También nos permitirá (Catwoman no vuela porque no tiene ni bat-capa, ni cat-capa, ni capa de ninguna clase) movernos y pegarnos de otra manera por Gotham, a base de látigo y muslamen, a base de sigilo gatuno y felina mala leche. Podremos alternar entre personajes siempre que queramos, aunque en Rocksteady han optado por hacer de los dos personajes partes complementarias del juego, así que sus historias se cruzan, pero parece que no se entrelazan. Tampoco se entrelazarán las de Batman y Robin —imagen perturbadora—: el alegre, dicharachero y colorido segundón, reconvertido para la ocasión en taciturno heredero de la mala leche y la seriedad de su mentor, solo estará disponible para los mapas de Desafío, que vuelven a hacer acto de aparición en Arkham City.

Por lo poco que se pudo ver, el ego de Batman: Arkham City esta extendiendo cheques que su cuerpo tiene toda la pinta de poder pagar cuando llegue a las tiendas el próximo 21 de octubre: gráficamente brutal, jugablemente sencillo y directo pero contundente… solo nos queda saber si podrá llenar las entre veinticinco y cuarenta horas que se nos han prometido con la suficiente variedad como para lograr que nos pase lo que a sus conciudadanos y confiemos tanto en el hombre murciélago como para no irnos nunca de Gotham. Esperemos que sí: sería la primera vez que me defrauda alguien disfrazado de animal.