Primeras impresiones de Epic Mickey: Power of Illusion

Puede que sea la nostalgia haciendo de las suyas en mi cerebro, pero me apetece más hincarle el diente a este Epic Mickey: Power of Illusion de Nintendo 3DS que a su hermano mayor, Epic Mickey 2. El truco es muy fácil, ya lo sé: nos recuerda a Castle of Illusion Starring Mickey Mouse y eso nos hace salivar como a perros de Pávlov. Bien: que me quiten lo bailao, que suele decirse. Durante el Gamelab jugué a la demo de este Epic Mickey todo lo que pude; la jugué hasta terminarla, hasta exprimir el 100% de lo que en ella se podía hacer hasta el punto de que cuando encontré a Aladdin sus únicas palabras fueron this text is placeholder. No lo hice por ningún tipo de deseo de encontrarle las cosquillas al juego, por ver esas zonas todavía sin hacer que eran sustituidas por bloques enormes de colores: lo hice porque era muy divertido, y me habría quedado sin dudarlo ni un segundo todo el tiempo necesario para terminarlo, o hasta que el personal de seguridad de Gamelab me echara a patadas. El juego nos pone, claro, en el pellejo de Mickey, que llega al Castillo de la Ilusión siguiendo la pista de Minnie, encerrada dentro, en algún lugar. A partir de ahí la cosa tiene una estructura bastante clara: lo principal es ir superando los niveles de cada mundo, encontrando por el camino a personajes del universo Disney (o mejor dicho: ilusiones de personajes Disney) que luego pasan a habitar las estancias vacías del castillo; explorando estas estancias (de una forma más bien básica: movemos un cursor con forma de cabeza de Mickey para ir de un sitio a otro, y en la pantalla superior vemos, en un formato rollo novela visual, al personaje con su habitación de fondo) podemos ayudar a nuestros amiguetes a adecentar sus habitaciones, conseguir misiones secundarias o simplemente charlar. Las misiones secundarias nos animan a explorar de nuevo niveles que ya hemos terminado, así que parece que el juego tendrá cuerda para rato. Una vez que nos ponemos a saltar y dar pinceladas por ahí, que es lo que importa, la cosa va suave como una nube. Aunque al principio eché en falta un poco más de agilidad, bastó dar un par de brincos por el primer nivel para acostumbrarme al tempo del juego: recordaba que Castle of Illusion no era Super Meat Boy, pero volver a algo así después de tantos plataformas frenéticos me resultó algo raro. El ritmo lento deja de ser un inconveniente cuando se ve que todo está (muy bien) diseñado para adecuarse a él: las plataformas están bien colocadas, las trampas van a una velocidad muy apropiada y los enemigos saben ponernos las cosas difíciles en más de una ocasión a pesar de que no vayan muy rápido. La parte que une este Power of Illusion a la marca Epic Mickey es el pincel, como era evidente. Se ha adaptado bien la idea de pintar cosas en el mundo a la pantalla táctil inferior de 3DS; con ella dibujamos bloques y plataformas (los powerups que tenemos que elegir al principio de cada nivel en función de dónde pretendamos llegar o qué queramos conseguir) y descubrimos o eliminamos partes del escenario que sólo podemos ver en todo momento en el mapa inferior. Para animar al jugador a hacer las cosas bien y dibujar como dios manda las cosas que se le piden se usa un sistema que califica entre mal y perfecto el trazo; en función de cómo lo hayamos hecho, los objetos resultantes tienen unos efectos u otros. Por ejemplo: una plataforma creada a tontas y locas tendrá menos durabilidad que una hecha con cuidado, o un cañón dibujado torpemente lanzará balas que nos pueden hacer daño a nosotros mismos, mientras que si lo hacemos perfecto sólo afectarán a los enemigos. Si a esta ración de plataformas clásicas con el pequeño giro del pincel le añadimos un apartado visual y sonoro de auténtico lujo (es difícil no dejarse enamorar por estos sprites, la verdad), lo que sale es uno de los futuros imprescindibles para 3DS. No tengo duda; y creo que no es la nostalgia la que habla: DreamRift tienen entre manos un juego maravilloso en el que se nota mucho saber hacer, un conocimiento de artesano del trabajo que hacen. Cuando ves algo así es imposible no quitarse el sombrero y dejarse llevar.