Primeras impresiones de Nintendo Switch

Soy el típico tío que le da demasiadas vueltas a las cosas. Un tonto de los esquemas y de las flechitas. ¿Sabéis esa broma de críos en plan «—¿Por qué no me puedo comprar un dinosaurio de verdad? —Porque no hay, se extinguieron hace millones de años. —¿Y por qué se extinguieron?»? Ese soy yo. Encantado.

Lo digo, a modo de advertencia, porque me cuesta no pensar en Switch de una forma casi obsesiva. En el concepto que por fin representa la nueva máquina de Nintendo veo algo de truco mental, de tira y afloja fabuloso e imposible que, con tanta pieza, se puede analizar desde muchos ángulos. Entrando al evento que se organizó para presentar el invento en Londres —una suerte de mini E3 con su cola para probar el Zelda y todo— había que hacer cierto esfuerzo para recordar que todas esas consolas eran la misma: en cada rincón se jugaba de una forma completamente diferente a algo muy distinto.

Empiezo, que también eso es importante, por lo que me quedó pendiente. No hice ni click, ni clack. Los Joy-Con no se podían montar ni separar en las unidades de muestra; unos se mantenían fijados a ambos lados de la pantalla, de la consola, con una agarradera metálica; los otros, los sueltos, iban pegados al accesorio con la correa y tenían una pequeña pieza de plástico adicional para impedir el deslizamiento. No tengo ni la más remota idea de lo cómodo que resulta meter o sacar este curioso mando en dos partes, ni de lo segura que se siente la sujeción, ni de si el sonido del encaje le aporta un toque de juguete a ese diseño elegante y acertado. Nada que decir sobre la interfaz, tampoco, porque no hubo suerte ninguna de las veces que pulsé el botón Home o ese nuevo que sirve para guardar capturas. Lo peor para el final: no ordeñé la vaca. Lo siento.

Mi primera partida con Nintendo Switch comenzó siendo muy parecida a cualquier otra. Jugar a The Legend of Zelda: Breath of the Wild con el Mando Pro es quizás la cosa más normal que se podía hacer por ahí. El mando es lo que parece, una revisión con los botones mejor colocados de su equivalente para Wii U. Un pelín más ligero de lo que yo quisiera y con ese plástico medio transparente del que siempre hay que desconfiar —está a un solo LED verde de ser un hijo bastardo de Razer, no va a conjunto con el resto de accesorios—, pero no deja de ser el típico mando cómodo. Poco tardé en pedirle al amable azafato, Sam, que por favor cambiara al modo portátil. Sacó la Switch de la peana, con más cuidado que esfuerzo, y al segundo se quejaba la tele de que había perdido la señal del HDMI; ya estaba Link listo para llevar. Tan sencillo, tan rápido y tan bonito como prometía el anuncio. Es imposible no sonreír en ese momento, sabiendo que algo acaba de cambiar para siempre.

Igual es un pelín arriesgado decir que lo de Switch es una buena pantalla, viviendo como vivimos en este mundo loco de móviles 4K, OLED, Retina Display y compañía, pero desde luego se ve más que bien. Bastante más. Los colores son vivos, no hay problemas con los ángulos de visión y las imágenes a 720p aparecen sobradamente definidas en ese espacio de 6,2 pulgadas. Creo que el tamaño está clavado: sin ser una pantalla pequeña, la posibilidad de separar los Joy-Con debería hacerla compatible con la mayoría de bolsillos. Nada que ver con el mando de Wii U, pobrete. Volviendo a los móviles, con Switch tocaría decir aquello del «acabado premium» a las antípodas del plasticucho. No tiene el magnetismo de un producto Apple, pero desde luego es algo que parece valer un dinero y que apetece agarrar. Y aunque cuesta hablar de eso cuando hay mecanismos de sujeción, diría que también el peso es premium; no acabaremos con agujetas en los codos, pero tampoco tendremos la horrible sensación de que aquello se nos va a caer en cualquier momento. Lo mejor que puedo decir sobre la ergonomía del trasto en modo portátil, supongo, es que nada me sorprendió negativamente. Veo las fotos ahora y vuelvo a pensar que los botones son demasiado pequeños, pero mientras jugaba no tuve para nada esa impresión. Con los sticks se mejora lo presente, así que los únicos problemas pueden venir de arriba: ZL y ZR apenas son gatillos, porque no tienen recorrido, mientras que los botones L y R, probablemente lo peor del conjunto, llegaron cuando ya no quedaba espacio y son excesivamente delgaduchos.

Es justo como lo imaginas, insisto, pero ver Mario Kart 8 en una portátil es algo que impacta sí o sí. Es tentador, pero también tremendamente injusto, olvidar hasta qué punto eso no es poca cosa. De hecho, por la iluminación mágica de ese juego y porque se siente como una experiencia más familiar —ya con la Game Boy Advance nos echábamos unas carreras en el asiento de atrás del coche—, me gustó incluso más que Breath of the Wild. Por eso sigo sin entender por qué Nintendo prioriza la imagen de Switch en el salón de casa: «consola doméstica con alma portátil», dice la última nota de prensa. Aunque sin duda es ambas cosas, destaca mucho más como super portátil que como sobremesa justita. Lo primero es algo irresistible incluso para los que nunca hemos sido muy de portátiles: nunca habíamos tenido tantas razones para serlo, nunca habíamos tenido juegos así.

Parte de la culpa la tienen sin duda los Joy-Con. Esos dos medio-mandos sirven para tantas cosas que, ciertamente, dejarlos siempre pegados a la pantalla sería un auténtico desperdicio. Digo yo que en Nintendo tienen todavía muy presente lo de la Wii, lo de petarlo fortísimo, y han pensado que merecía la pena intentarlo de nuevo con algo que también puede verse como evolución del Wiimote. El control gestual vuelve a ganar importancia con juegos como Arms y las nuevas pijadas tecnológicas se traducen al instante en minijuegos para toda la familia. Poquísima broma con el HD Rumble: en una de las pruebas de 1-2-Switch, esa vibración del futuro sirve para que intentes acertar cuántas bolitas hay dentro de la caja de madera que aparece en la tele. Al inclinar el mando notas como van rodando hasta que chocan con la pared. Al agitarlo, sientes el impacto de cada pequeña pelota arriba y abajo. Es literalmente increíble. Sabemos, gracias a HTC Vive, que con un temblor sutil se puede emular la tensión de la cuerda en un arco. Las opciones con esto van mucho más allá del gimmick para enseñar a amigos y familiares cuando vienen a cenar. Y sin embargo, esa versatilidad extrema se convierte paradójicamente en una limitación: nada de eso puede utilizarse en títulos compatibles con el Mando Pro, ni tiene mucho sentido cuando los Joy-Con están fijos en su formación de consola portátil. No todo tiene que servir siempre, claro. Habrá, como es lógico, escenarios ideales y públicos objetivo para cada título. Pero la idea de la unificación se agrieta ligeramente cuando varias de esas mil formas de jugar son hasta cierto punto incompatibles entre sí.

Sin excesos ni carencias, Nintendo Switch es una consola preparada para cumplir una promesa que ilusiona. Está, de un modo muy distinto al de la competencia, lista para lo que le echen. Sobre el papel, aquí hay sitio para todos: desde una posible secuela de Wii Sports a un hipotético Dark Souls de bolsillo. Es un potencial que no se puede ignorar, pero que de momento no tiene el respaldo necesario. Lo de las third party suena como el chiste de siempre y los primeros títulos de la propia Nintendo invitan al pensamiento racional más que a la compra impulsiva. Los meses entre el estreno de la máquina y la llegada de Super Mario Odyssey se pueden hacer demasiado largos: el discurso de la novedad y la revolución, que desde luego es válido y legítimo, se queda flojo con un catálogo inicial que recuerda mucho al de Wii —un Zelda que llega de rebote y un recopilatorio de minijuegos— y que empezará a crecer con juegos que ya más o menos conocemos. Tengo mucha fe en el salto cualitativo que pueda dar la campaña de Splatoon 2, pero está claro que se confía en el fontanero para derribar las barreras entre el «es un poco cara» o «si total, sale para Wii U» y el «póngame dos». Ese Mario que salta sobre el maletero de un maldito taxi debería ser la excusa perfecta para dejarse llevar y el símbolo de una nueva etapa emocionante. También es verdad que Super Mario Odyssey está en su sitio, a finales de año; no es él quien llega tarde, es la consola quien se adelanta con un extraño lanzamiento en temporada baja. Un Early Access en toda regla, hasta el punto de que el servicio online de pago tampoco estará listo hasta otoño.

Ojalá sea simplemente eso, una cuestión de tiempo. Como usuario de Wii U, y sé que no somos tantos, a lo que se plantea para el 3 de marzo no consigo verle la pegada necesaria para asegurar un buen arranque. Entiendo que Nintendo tenga menos prisa: si no es con Zelda, será con Mario. Si no, con Pokémon. Puede que Switch no sea exactamente una apuesta a una única carta —están los móviles y lo mismo aguanta 3DS—, pero sí es algo muy parecido a un hijo único. Por muchas vueltas que le pueda dar al asunto, esa es siempre la idea que me vuelve con más fuerza.