Diógenes digital: ¿Se ajusta el consumo al mercado de videojuegos?

Empecemos con las cifras. Durante el año 2017 se publicaron en Steam 7.672 títulos, lo que supone unos 150 juegos por semana, 21 juegos por día, casi un juego por hora y eso solo en una de las muchas tiendas disponibles y para una plataforma concreta. Por quinto año consecutivo se observa una tendencia ascendente —casi exponencial—, que parece fruto de la mal llamada «democratización del desarrollo», una situación que por su nombre parece ideal pero que puede que no lo sea tanto. Y no es que la creación de videojuegos no se haya abierto, nadie duda de que cualquiera con conexión a internet y un teclado puede educarse a sí misma hasta lograr crear un título a su medida. Y eso está bien. La parte, sigamos, negativa, es que la enorme afluencia de juegos hace aún más difícil localizar aquellos que tienen algo que decir, mientras que el consumidor (y los medios) acceden con mayor rapidez a los títulos respaldados por una enorme campaña de marketing. El desarrollo ha crecido tanto que se ha fagocitado a sí mismo. Ya solo destacan los grandes, hemos vuelto a la casilla de salida.

El consumo en los jugadores también está cambiando. Ante una oferta tan amplia y ante las facilidades inherentes de las tiendas online —desde comprar con rapidez y comodidad a las ofertas y promociones varias—, cada vez son más frecuentes las compras impulsivas. No es un problema específico del medio, la sociedad vive conectada y las redes sociales, que basan su modelo de negocio en la publicidad, nos influyen a acelerar los ciclos de consumo. A querer más cantidad, más rápidamente y a sedarnos con decenas de juegos que no vamos a jugar, libros que nunca llegaremos a leer o prendas de ropa que no vamos a estrenar. Las estrategias para propiciar el consumo impulsivo han sido asimiladas y explotadas de maravilla por el sector de videojuegos, tanto que ha hecho de las ofertas que apelan a la urgencia (semanales, en bundles, etc…) y a la emotividad, parte esencial del marketing del sector.

Hace unas semanas, un comentario en Reddit saltaba a la prensa. La noticia era que solo un 7% de los jugadores de Cuphead en Xbox One habían conseguido el logro de vencer al jefe final y, por tanto, solo esa pequeña parte de los usuarios había finalizado realmente el juego. Esta sencilla curiosidad abría la puerta a toda una serie de reflexiones que, mediante la comparación con otros títulos, y de una manera totalmente artesanal, dejaban constancia de que hay un amplio espectro de usuarios que no está dispuesto a llegar hasta el final. Volviendo a los datos, no parece haber ningún problema, rascando un poco, se evidencia que es así. Mientras que la industria de los videojuegos es la primera opción de ocio en España, con unos beneficios que superan los 1.000 millones anuales, y los grandes títulos alcanzan cifras de recaudación insólitas, no solo para la industria, sino para cualquier producto de entretenimiento, esta sencilla anécdota (y las conversaciones derivadas) indica que los juegos no están adecuándose al modelo de consumo de los usuarios y que no nos damos cuenta porque siguen dando dinero.

Es evidente que el público quiere jugar, pero si no acaban los juegos —por falta de tiempo o de interés—, es hora de preguntarse qué podemos hacer. Porque nos gusta comparar el cine y los videojuegos, hay que destacar que nadie consideraría un éxito una película en la que la mayoría de espectadores abandonaran la sala a la mitad del metraje, incluso aunque vendiera tantas entradas como Infinity War. Aunque es imposible generalizar teniendo en cuenta las diferencias existentes entre géneros, hacer juegos con una duración similar a la de las películas parece algo difícil. Entre los factores que se verían afectados al acortar la duración está la curva de aprendizaje y la de dificultad, por lo que estos hipotéticos juegos cortos serían más difíciles y necesitarían de más habilidad para completarse. Además, acostumbrados a las 5, 10 o 20 horas, el público percibiría un encarecimiento, llegando a la conclusión de que su dinero vale menos, que los juegos son prohibitivos.  

Quizás, en el auge de los juegos con historia clásica, durante la época que reivindica los arcos de personajes y la narrativa tradicional, toque replantearse qué tienen los juegos que nos dejan satisfechos. Que nos permiten dejarlos aún sin conocer cómo acaba la historia y qué pasa al final. Puede que, cuando lo descubramos, tengamos la esencia. El motivo real sobre por qué nos apasionan y qué define, en realidad, a este medio que tanto nos cuesta encuadrar.