E3 2019: Bethesda, inventora del videojuego

¡Ah, Bethesda! Bethesda inventó los shooters en primera persona. Bethesda es conocida por su impagable trabajo con motores gráficos. Bethesda, ¡pionera del contenido descargable! ¡Llevó los mods a consolas!

Es curioso que una parte considerable de la conferencia de Bethesda en el E3 2019 pueda ser leída como una disculpa o como un reconocimiento de las críticas recibidas durante el último año (un año «muy emocionante» para la compañía, bromeaba Todd Howard) porque en realidad no solo no se disculparon por nada (ni tienen por qué hacerlo) sino que consiguieron darnos la razón a quienes pensamos que no tienen material suficiente para hacer una presentación de este estilo todos los años. Casi nos engañan: GhostWire: Tokyo, lo nuevo de Tango Gameworks, sorprendió gratamente no solo por un tráiler (de nuevo, como está siendo la tónica en este E3, sin gameplay) realizado con una elegancia y una maestría para las imágenes asombrosas sino por la presentación de Ikumi Nakamura, directora creativa del juego y discípula de Shinji Mikami; una figura interesantísima que ha dejado su firma en Okami, Bayonetta o The Evil Within.

Pero, ¡ah! Nakamura se fue y nos dejó con una conferencia sin rumbo, fláccida, indefinida, infinitamente menos interesante de lo que se merecían los interesantísimos juegos que se pudieron ver en ella. Hubo buenos juegos, sí, pero antes de llegar a ellos (¡incluso antes de Nakamura!) hubo sitio para un poco de todo: desde un battle royale en Fallout 76 hasta un free to play para móviles de Commander Keen, pasando por un port para Switch de The Elder Scrolls: Blades, uno de los lanzamientos más vagos de una consola bien acostumbrada al relleno y el esfuerzo limitado. (También uno de los juegos con la monetización más agresiva de los últimos meses, con todos los trucos sucios del cazaballenas que os podáis imaginar. Se podría llamar The Elder Scrolls: Moby Dick.) en abrirse Una de cal y otra de arena: celebrar lo de los NPCs en Fallout 76 es un poco triste, aunque algo es algo, pero no sé hasta qué punto un multijugador que intenta rascar algo del éxito de Fornite y compañía es la mejor noticia para los fans de una serie antaño conocida como una de las cimas de un género tan venerable como el rol.

Y se vieron juegos interesantes, inevitable cuando tienes a los estudios que tienes: al de Tango se sumaron el nuevo Wolfenstein, desarrollado por MachineGames y Arkane, y precisamente el nuevo título del genial estudio de Lyon, que después de Dishonored y Prey parece querer experimentar con formas nuevas en Deathloop. Sobre Doom Eternal no voy a decir mucho: solo que si no es el mejor juego de este año, no andará muy lejos.

Más grave me parece, como comentó Pep en nuestra cobertura en directo de ayer, que se exploten de una forma tan zafia las historias personales de quienes jugamos a los juegos de Bethesda para intentar sanear o realzar su imagen después de una serie de decisiones cuestionables. Los traumas íntimos y los problemas que se mostraron en los varios vídeos con los que se puntuó la conferencia apuntaban al videojuego como método de evasión que puede ayudar a lidiar con situaciones que con frecuencia pueden volverse abrumadoras. Estas personas y sus historias, que en otro contexto podrían ofrecer puntos de vista muy iluminadores sobre cómo utilizamos los videojuegos no solo para entretenernos o matar el tiempo sino también con fines terapéuticos y emocionales con un potencial aún inexplorado, personalmente me resultaron incómodos y aprovechados; creo que este tipo de acciones empañan la percepción que se tiene de otros trabajos y estudios que sí tienen un interés genuino en el fondo del asunto, que no lo usan exclusivamente con fines comerciales, y me da pena que los medios no seamos capaces de arrojar luz sobre ese tipo de temas si no contamos primero con la mediación de una empresa. Entiendo la intención y me parece buena, pero creo que el cómputo final es negativo: un poco como la conferencia de Bethesda, en general.