Dicen que agosto es mi mes porque es cuando nací. Eso significa que es cuando cumplo otro año, y ya van 32. Nada más y nada menos. Recuerdo desde pequeña no asombrarme demasiado por celebrarlo, como si haber nacido no fuese tanto conmigo sino con mi madre. A fin de cuentas, para mí cumplir años es solo la prueba de que llevo más de tres décadas intentando aprovechar el tiempo, ya sea compartiéndolo con seres queridos, enfrentándome a los altibajos que vienen a rachas, descansando para regresar con más ánimo y fuerzas, o cultivando mis diversos pasatiempos. Por eso, lo que más quiero es seguir exprimiendo el potencial de todos y cada uno de los momentos que me restan, más todavía a medida que me hago mayor y mi comprensión del sistema en el que estamos encarcelados ha reasignado y moldeado a golpe de rutina mis prioridades juveniles. En el presente, amar, compartir, ayudar, descansar y entretenerme tienen un papel destacado después de las responsabilidades diarias, a las que, con mucho pesar y por culpa del sistema capitalista dominante, debo prestar atención la mayor parte de mi tiempo si quiero seguir invirtiendo el restante en lo que me hace feliz. Como jugar.
Cuando era una niña o una adolescente, no pensaba en el futuro de mis pasatiempos. No como tal. Hacía cálculos de cuántas horas podía aprovechar del videojuego alquilado en el videoclub, o de si podría pasarme el título en las siguientes horas. Poco más. Mi concepto de atesorar algo que me hacía sentir bien en mi tiempo libre era más bien en presente, por lo que ni siquiera emulaba qué sería de mí o de mis entretenimientos en 20 o 30 años. Esa posibilidad de disonancia entre lo que somos y lo que seremos me era ajena, por lo que pasaba los días refugiada en el hoy y en la sensación de tanto a la vez podía cambiar todo o nada al hacerme mayor. Entonces, también lidiaba con aquellas frases que hemos escuchado casi todes les que tenemos aficiones «inusuales», desde los miedos hasta las acusaciones. También las había en relación a la edad. Recuerdo nítidamente los «Son cosas de críos» o «Se te pasará con la edad». Más tarde, «Ya no tienes edad para eso». En el fondo, creo que por eso acabé por asumir erróneamente que los videojuegos, las novelas juveniles o el anime tenían una caducidad, de manera que mi actitud era ir haciendo hasta que ese punto llegase.
Es evidente que no ha sido así, y menos mal. No obstante, siguen escuchándose las mismas frases, sobre todo cuando los años empiezan a alejarte de esa tierna juventud. Si jugar no debería entender de edades porque forma parte de nuestra forma de entender el mundo, de relacionarnos con él y de beneficiarnos en todas las etapas de nuestra vida, hacerlo tengamos 10, 30 o 60 años no debería ser motivo de asombro o recelo. Es más, nos otorgue o no una satisfacción o un provecho, opino que no hay aficiones que puedan crecer con nosotres y otras no. Como si por tener una edad estuviésemos en la obligación de comportarnos, hablar, vestir y divertirnos únicamente de la manera en que han dictado otras personas, haciéndonos creer que hay solo una forma de experimentar la vida. No somos patrones ni guiones. Somos personas. Por eso, ha de ser tu decisión de une misme seguir con nuestras aficiones o no, no de la opinión popular y errónea que aún tienen más voz de la que debería. Jugar pasados los 30 años es algo que muches estamos comprobando ahora mismo, dado que hemos crecido a la par del medio. ¿Cuántos somos en realidad? Más de los que pensamos.
En el documento La industria del videojuego en España. Anuario 2020 de AEVI encontramos algunos datos acerca del perfil de les jugadores, como la edad. Si bien el binarismo con el que se ha construido el cuestionario y expresado los resultados probablemente sesgan a una parte de la población, encontramos que el 16% de hombres y el 9% de mujeres juegan entre los 25 y los 34 años de edad. Si subimos a la siguiente franja de edad, el 9% y el 6% respectivamente juegan entre los 35 a 44 años. Mientras que el el 7% y el 5% respectivamente lo hace entre los 45 a 64 años. En otras palabras, seguimos jugando cuando nos hacemos mayores. Incluso, si nos fijamos en el gráfico, podemos apreciar que el % de niños y niñas que juegan entre los 6-10 y 11-14 años es similar o idéntico al % de los hombres y mujeres que juegan entre los 35 a 44 y los 45 a 64 años. Jugamos, y lo hacemos tanto o más que cuando éramos niñes. Da igual los títulos y las plataformas en las que lo hacemos, aunque haya quienes quieran imponernos límites y normas absurdas para llamarnos jugadores. Para muches de nosotres, nuestra afición nos ha acompañado y acompañará en la edad adulta, por mucho o poco tiempo que tengamos para dedicarle.
A pesar de ello, es habitual que en las conversaciones mantenidas con personas que no tocan mandos aparezca una cierta curiosidad o sospecha. Se buscan motivos que te llevan a tener esa afición, como si no fuese como ver películas o irte de escalada. Quienes además hemos formado una familia sabemos que de vez en cuando nos enfrentamos al temido tema sobre jugar con niñes, pero no por lo que nos esperamos. «Ah, ¿entonces juegas con tu hije, no? Le deben gustar los videojuegos». Esos instantes incómodos de después, en los que te das cuenta que la persona ha asumido que juegas por tu hijo y no al revés, porque todes sabemos que si no es así no tiene sentido que lo hagas como progenitor que eres, dan paso a respuestas de todo tipo, desde las de quedar bien a la indignación, porque entre las acusaciones de violentes y de inmadures, el paso del tiempo en estas cuestiones no ha acabado por borrar las connotaciones negativas de les jugadores. Esto es especialmente engorroso si eres madre. En nuestra sociedad patriarcal, el peso del cuidado de menores y personas dependientes suele recaer en la mujer, por lo que tener un espacio físico, psicológico y emocional propio, así como tiempos de descanso y ocio imprescindibles para cualquier persona, es casi inaccesible.
Así, seguir jugando a videojuegos en nuestra etapa adulta, que es la fase en que predominantemente el trabajo, los cuidados, las deudas y otras obligaciones llegan para quedarse, tiende a hacerse desde una doble o triple discriminación. Si de por sí ser mujer relacionada con los videojuegos acarrea una verdadera avalancha de impedimentos y malestares, serlo en una etapa madura y/o con hijes añade otro tipo de obstáculos que siguen haciéndonos muy difícil acceder a ellos en la mayoría de los casos. Pasados los 30 años, las miradas jocosas se intensifican, los comentarios despectivos se dirigen a tu maternidad o la falta de ella, ponen en duda tu madurez y sensatez y se te invisibiliza o se te relega a lo que ellos consideran que no son videojuegos, etiquetándote con vehemencia como jugadora casual a modo de insulto. Pero siempre me he preguntado cuántas de esas mujeres que sacan 5 minutos de su doble jornada para pasarse una pantalla en el móvil jugarían más si tuvieran los elementos adecuados y una igualdad real en sus vidas. Si, por ejemplo, tuviesen esas horas de más que deben invertir en limpiar la casa, comprar, preparar la comida o en hacer listas mentales en comparación a la implicación de los hombres en las tareas del hogar.
Entre tanto, el medio y la industria tienden a vanagloriar constantemente esos años previos a los 25 o 30 años como el punto álgido de nuestras vidas, algo que va en sintonía con la corriente predominante de una parte de la sociedad, en la cual lo valioso es la juventud. Historias, personajes, experiencias y otros elementos de los videojuegos nos recuerdan a menudo que tiempos pasados siempre fueron mejores. Resumiendo, les protagonistes tienden a ser jóvenes, las narraciones parten de experiencias de esos años y muchas de las habilidades que se suelen pedir para avanzar van de la mano de la agilidad física y mental. Mientras, se nos bombardea con que los 30 años son los nuevos 20 años. Es verdad que mis 30 años no son los mismos que los de generaciones pasadas, puesto que en algunas cuestiones ha habido ciertos cambios que han asegurado un mínimo bienestar para una parte de la población, pero creo que en el fondo se nos habla de esta forma para tapar la cantidad de presiones y malestares que asolan a quienes nos dicen que somos el futuro, porque la precariedad, la pobreza, la falta de futuro, la imposibilidad de una estabilidad, no tener un hogar propio y otros males que continúan sin solucionarse, nos relegan a la parte menos agradable de una juventud eterna. La misma que encadena contratos basura y trabajos rozando la esclavitud. La coacción por ser joven, ya sea debido a las graves deficiencias en el sistema, buscando la apariencia de serlo por aceptación, deseo o distinción social, y el miedo a lo que viene después de las vejez, sigue definiendo una sociedad que tiene como meta los viajes espaciales de 10 minutos y el colapso global.
Volviendo al ocio que nos ocupa, el ejemplo más evidente sobre esta tendencia asfixiante a la eterna juventud lo encontramos cuando entramos en mundos pixelados que nos transportan casi siempre a los años mozos, con una grave falta de personajes maduros en él. Si hablamos de las mujeres mayores, ser adulta acarrea convertirse en femme fatale, madres ausentes, «mujer dentro de la nevera», secundarias, enemigas, brujas del pueblo, etc. Como si una vez pasada la línea de las tres décadas o incluso antes fuésemos no solo más prescindibles, sino hasta algo desagradables de ver en el caso de no ser objetos sexuales. Aunque no siempre es así, puesto que existen algunas obras que abordan a la mujer adulta como lo que es, es decir, una persona con una edad y una posible mayor experiencia, como Norah (Call of the Sea), Susan (The Cat Lady), Meena (Last Stop), May (It Takes Two) y Selene (Returnal), son escasos y criticados a nivel estético por esa parte de la comunidad tóxica que cosifica a las mujeres. Los estudios, a su vez, generalmente abordan el diseño de estos personajes con bastante ignorancia por la mitad de la población, de manera que la identidad y la anatomía del cuerpo humano de una mujer, especialmente pasada la adolescencia, queda dividida entre aquellas que conservan un aspecto juvenil imperecedero y las que presentan un aspecto decadente extremo.
En cambio, si hablamos sobre hombres maduros en el medio, encontramos que su presencia elude a héroes o antihéroes en su mayoría admirados y respetados. Son exponentes conocidos Joel (The Last of Us), Kratos (God of War) o Agente 47 (Hitman), entre otros. Tener canas, algunas arrugas y un pasado más dilatado que la media de los protagonistas de videojuegos no parece pasarles factura, algo bastante diferente de lo que solemos ver representado en las mujeres. No obstante, aunque entre los protagonistas masculinos haya una mayor aceptación de la edad, su presencia sigue siendo escasa en comparación a los jóvenes. Asimismo, adolecen de poca variedad, siendo en su mayoría blancos, delgados, saludables, de pelo castaño o ausente, algunas cicatrices de sus batallas exitosas, heterosexuales, con un pasado tormentoso y/o con pérdidas emocionales significativas. Por tanto, ubicamos un patrón bastante limitado sobre lo que se percibe que es un hombre adulto que protagoniza o aparece en un videojuegos, a pesar de que este sea más bondadoso que el que acarrea ser una mujer madura en el medio.
De nuevo, esta falta de diversidad nos remite a la misma lección de siempre: todes queremos jugar a títulos en que podamos vernos representados. Personas LGTBI+, personas con discapacidad, personas racializadas, mujeres, niñes, ancianes, etc., tienen historias por explicar y ganas de verlas en un videojuego. No solo los jóvenes las tienen. Ya no podemos decir que la presencia de los videojuegos es reciente y, por tanto, el público objetivo es solo el joven. Ahora hemos de mirar al presente y al futuro, porque no todo lo interesante y emocionante sucede en la etapa juvenil de nuestra vida, que es solo un fragmento de la que se presupone que es la totalidad de nuestra existencia. Que los videojuegos tiendan solo a abordar unos años específicos y tengan límites tan marcados envía mensajes preocupantes, como que el medio y la industria siguen ancladas en sus inicios. También que se dirigen más a edades tempranas, obviando con ello a aquellas personas que quieren seguir disfrutando de su afición a medida que maduran, y todavía escasea en ellos la variedad. Por suerte, entre las personas que crecimos con los videojuegos también hay profesionales del medio que están diversificándolo. Aún prevalece lo joven, pero cada vez vemos mayores indicios de que quienes formamos la industria no somos tan zagales, con obras que tratan de la madurez, la vejez y sus problemáticas.
En cuanto a mí, soy una de las muchas señoras a las que le gusta jugar a videojuegos. Con 32 años puedo echar la vista atrás y darme cuenta de todo lo experimentado desde que cogí un mando por primera vez. No solo son los títulos superados. Es, por ejemplo, saber mejor lo que me gusta, atreverme a probar novedades, tener facilidad para encontrar secretos y haber aceptado que jugar en modo fácil o portátil no es ninguna vergüenza. También es cierto que he perdido un poco de paciencia, tengo alguna dificultad añadida con ciertos mandos, escaso tiempo libre y una grave falta de sueño, pero no pretendía hacerme mayor solo con lo que se considera la parte positiva del asunto. Total, ni puedo, ni quiero, ni soy perfecta. Además, lo que es más importante para mí es que mis recuerdos vitales están ahí, interrelacionados con miles horas de juego, y eso solo ha sido posible con el paso del tiempo. Es verdad que sigo desconociendo de qué manera envejeceré, ni qué será de mí en 5, 10 o 20 años, pero de momento sé que quiero seguir disfrutando de los videojuegos. Y lo haré hasta que me canse de ellos o hasta que el medio y yo nos separemos por no poder acceder a los títulos, sea por enfermedad, por limitación o por edad. Para tristeza de muches, este campo está apenas sin trabajar. De continuar en el mismo estado, este es y será uno de los mayores errores del medio. Por favor, profesionales y empresas de la industria, pensad que queremos jugar sin importar nuestras condiciones o nuestra edad. Universalicemos el juego. Cabemos todes.
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Por aquí con 39 años, soy de los que crecí pensando que llegaría una edad en que no me interesarían porque, en fin, mis padres eran mayores y no les gustaba «Aquello era cosa de niños» a mediados de los 90.
Así que crecí un poco siendo el único de mi entorno al que le seguían entusiasmando como cuando era un niño y durante un tiempo evitaba hablar del tema, no fuera a ser que lo vieran como algo infantil.
Ya con la edad que gasto, pude comprobar que los videojuegos vinieron para quedarse y decidí, ni más ni menos, que hacer mi propio podcastsito sobre videojuegos, porque ya estaba un poco cansado de «solo» jugar, viendo lo que me apasionaba el medio, necesitaba hablar de ello.
De vez en cuando me pregunto cómo jugaremos – si es que podemos – cuando tengamos 60, 70 u 80 años. ¿Que pásara con mi cuenta de Steam? ¿La heredarán mis hijos?
No se me había ocurrido esto. Ahora me tiene obsesionado xD
Yo lo he pensado más de una vez tengo 38, mi teoría es juegos por turnos con esa edad no tendremos muchos reflejos…
Joer, que somos del mismo año y no nos considero mayores. El artículo me hace sentir viejo, viejo, y… si bien somos adultos ya nos quedan años de juventud. Disfrutémoslos. Y si es con juegos, mejor.
Sobre lo de avergonzarse de un pasatiempo que pueda catalogarse de infantil… Hace 6 meses o así en la tienda de cómics estábamos 2 chavales mirando las figuritas y los moñequitos, el dueño de la tienda y yo. Entró un anciano al que echarle 70 era ser muy generoso, yo le echaba 80 largos, y cuando esperaba que pidiera algún tebeo para su nieto… El dueño le saco una caja donde habían 300 euros en comics y mangas que no solo incluía cosas pulps, sino también actuales, mantuvo una conversación con el dueño de la que yo pillé nada y menos, e incluso el dueño tenía que consultar el ordenador mas de lo que le gustaría, y salio de la tienda con menos de la mitad de la caja porque el anciano no podía con todo lo que le había llegado.
Hablar flojito de videojuegos con el otro padre que sé que es aficionado mientras esperamos a que salgan nuestros críos del colegio para que no me juzguen no me puede parecer más ridículo desde que vi a ese hombre llevando con las 2 manos una bolsa con más de 10 comics dando pasitos cortos mientras dejaba atrás en la tienda mas de 20 porque no podía con ellos.
Menos quejarnos de como nos ven y más valor para no escondernos es lo que nos hace falta.
Yo, cuando me insinúan que los videojuegos son infantiles y una pérdida de tiempo (aún me pasa a veces), les recuerdo que ellos ven series de, literalmente, dragones y princesas. Y ya no lo insinúan más.
Yo tengo 50 y si mis articulaciones y la vista me respetan seguiré en ello.
Me queda lejos la Atari y el Spectrum de mis amores pero me gusta demasiado esto. Además mis hijos se lo pasan bien y aparte del Fornite me tienen a mí para que les enseñe otras cosas y son receptivos.
Mi hija ya conoce más juegos y ha jugado más que muchos compañeros de su instituto y espero que eso siga con el tiempo.
Ayer me acabé todos los post it de Isaac (puto Forgotten) y me siento poderoso.
@thebulba
Celebro que quede gente mas vieja que yo xD
A la vez te tomo como un referente, jeje.
@telvanni
Y que dure. XD
Un saludo.
Bastante interesante el artícule, aunque me hice sentirme bastante vieje
@penesher
Yo me sentía viejo de antes xD
Ahora, discúlpame lo autorreferencial, pero a mi lo que me llama la atención del artículo es la buena suerte que he tenido.
No recuerdo haber sufrido prejuicios por esto de los videojocs.
Y hoy por hoy, gente de mi edad, mujeres incluso, que no jugaron en su vida o solo en la niñez, me manifiestan una sana envidia por mi vicio.
Como si intuyeran que se pierden algo muy divertido xD
Ni hablemos de los que le daban lo suyo de jóvenes y hoy no les da el tiempo.
A su vez, es un punto de contacto interesante con los jovenzuelos y niños con los que interactúo.
No iba a ser por la música, claro xD
Y eso que soy Argentino, habría jurado que en España estaría normalizado el asunto desde hace tiempo.
Lo digo, ahora, pensando en este artículo.
Simplemente: Diablos, señora!
Con mis 39 inviernos aún le sigo dedicando tiempo a esta afición, que en mi opinión hay casos en los que llega a ser arte.
Si bien no me he sentido marginado por ello, si es verdad que he tenido que lidiar con la idea a mi alrededor de ser algo infantil y una pérdida de tiempo.
Ahora pienso en bioshock o metal gear o baba is you o the last of us o Mario galaxy… y no puedo mas que responder: GRACIAS!:):)
Con el tema de la inclusividad y la representatividad, yo sigo creyendo que cuando queramos comprarlo, pues llamará la atención de las grandes empresas, se generalizará y una cosa menos. Hasta entonces, seguirá estando en manos de person@s más preocupadas por crear que por vender.
El problema no son los viejos, sino las nuevas generaciones que son terreno abonado para el LoL, el Fortnite, el CoD, el FIFA y demás basura multijugador inflada de microtransacciones, el juego como servicio y otros cánceres de la industria.
Con eso de la edad me estoy acordando de cuando salió Nintendo a decir que Mario, el personaje, tiene 24 años. Rozando el borde normalizado de la juventud.
Porque incluso cuando diseñas a un personaje de mediana edad tiene que ser, por narices, joven.