Overwatch: Ultranegocio potencial

En mayo de este año la revista Forbes situaba a Walt Disney Company como una de las catorce marcas más valiosas y una de las cien compañías con más beneficios del mundo. Lo que empezó en 1923 como un pequeño estudio de animación no tardó en reformularse muy pronto como productora, y el crecimiento en campos de interés fue creciendo exponencialmente hacia la distribución, las cadenas de televisión y la gestión de parques temáticos. A día de hoy Disney, con estudios como Marvel o Pixar, Lucasfilm, la ABC o la ESPN entre su cartera de subsidiarias, es con toda probabilidad uno de los mayores emporios del entretenimiento. Gran parte de la rentabilidad de Disney se la debe a Pixar, la compañía que prácticamente apadrinó la animación 3D y que después de 14 años produciendo éxito tras éxito terminó siendo absorbida por la gran D, su distribuidora hasta la fecha. El mismo año de la fusión se estrenaba en los cines Cars, uno de las películas de Pixar con peores críticas y una recaudación más discreta en taquilla, una cinta para olvidar que hasta los acérrimos de Pixar ponen al final de la cola. En 2011, a pesar del fracaso relativo de la original, Disney anunciaba Cars 2. El motivo era muy sencillo: en cinco años Cars había acumulado 6.000 millones de dólares de beneficios en merchadising. La montaña de muñecos, mochilas, tazas, juguetes, camisetas, colchas y demás productos la habían situado como la franquicia con más beneficios de la historia del merchandising americano, solo por detrás de Star Wars. En otoño de aquel mismo año, 2011, Activision lanzaba al mercado el primer juego de la saga Skylanders, en palabras textuales de sus dirigentes, «un experimento» que buscaba más que nada medir la temperatura del mercado de las figuras de acción para una compañía que nunca había trabajado ese campo. Tres años después, Skylanders ha vendido cerca de 200 millones de figuras y la franquicia ha generado 2.000 millones en beneficios, superando a Call of Duty como fuente de ingresos. Las licencias de merchandise y la venta de muñecos y otros productos de consumo se han convertido, ya no en un complemento ideal para potenciar la rentabilidad de una franquicia, sino en muchos casos el motor mismo de una operación. La espléndida Up! estuvo a punto de no llevarse a cabo porque los fabricantes de juguetes decían que su historia y sus personajes eran difíciles de promocionar en el mundo de los subproductos. Hay un caso todavía más extremo: He-Man y los Masters del Universo, una de las series de televisión con las que muchos nos criamos (y obsesionamos) en los ochenta, nació para promocionar una línea de juguetes hecha en realidad a base de restos de una colección de muñecos de Conan que jamás llegaron a las jugueterías por desacuerdos con el contrato de licencia. El pasado viernes Blizzard anunciaba Overwatch, un MOBA en primera persona muy colorido y accesible (algunos dirán que infantil; yo no lo creo) y, acompañando al siempre agradecido tráiler in-game, nos brindaban otro vídeo que a muchos nos ha dejado con la boca abierta. El tráiler cinemático, que sería más adecuado en este caso llamar cinematográfico, era exactamente eso: un cortometraje de animación de una factura espectacular, un pedacito de cine. La desarrolladora de Diablo ya nos tiene acostumbrados a publicar los mejores vídeos en CGI de toda la industria, pero con Overwatch había algo más que calidad gráfica y personajes llamativos: había un conato narrativo, una especie de contexto emocional con niños admirando las hazañas de unos héroes, conociéndose a cada personaje, volviéndose locos de entusiasmo al verlos aparecer en el museo. La cara de fascinación del pequeño se repite todos los días en el mundo real a las puertas de un lugar llamado Disneyland, y el estilo de animación del corto ha puesto en los labios de miles de nosotros una misma palabra: Pixar. De momento Blizzard está en una fase muy temprana con Overwatch. No ha desvelado que vaya a haber una campaña de merchandising especialmente agresiva, pero no olvidemos que es socia de Activision y que las conexiones mercantiles, los acuerdos con fabricantes de productos de consumo y demás joint ventures ya están establecidas, o como mínimo ya hay una experiencia y un conocimiento del sector gracias al exitoso experimento de Skylanders. También es cierto que, salvo sorpresa, no parece que las figuritas de acción vayan a ser parte integral de la experiencia Overwatch y que por tanto ni siquiera hay garantías de que lleguen a fabricarse, pero la certeza parece flotar en el ambiente del juego. Sus personajes tienen un diseño trabajadísimo y muy carismático desde sus primeras intervenciones, parecen perfectos para asentarse en un nuevo bestiario de héroes para niños y no tan niños. Y eso sin tener en cuenta el potencial de la nueva propiedad intelectual como serie televisiva o cinematográfica. Está por ver si Blizzard tiene planeada una estrategia como esta más allá de sencillamente desarrollar un buen juego y esperar que se venda bien, pero desde luego no faltan indicios de un posible plan maestro y muy provechoso. Quizá ese niño con una camiseta de Reinhardt (mierda, ya me sé algunos nombres) sea en realidad fruto del wishful thinking corporativo del estudio: el primer prototipo de consumidor enamorado de Overwatch, el paciente cero de una probable plaga que se contagia a toda velocidad y se sufre en el bolsillo.