Celebrando los 35 años de Pac-Man con la Championship Edition DX+

El 22 de mayo de 1980 se publicó en las recreativas de Japón el primer Pac-Man. Fechas, fechas; hablamos de ellas todos los días, y casi ninguna significa nada. La de Pac-Man suena más potente: el 22 de mayo de 1980 el mundo recibió al que se convertiría muy pronto en uno de los iconos más reconocibles del mundo del videojuego. Está Super Mario, está Sonic, está Mega Man, está Pac-Man: no me cuesta entender la emoción de Masahiro Sakurai, veterano director de Super Smash Bros., cuando hablaba en el pasado E3 de lo que significaba para ellos poder incluir en su brawler a un personaje tan legendario como el de Namco.

El mejor homenaje que puede hacerle uno a Pac-Man es jugar a sus juegos. Es más o menos fácil: basta con buscar «pac-man» en Google o hacer clic aquí para ir a la versión doodle que el gigante de internet le dedicó por su trigésimo aniversario; no es el original, claro, y quizá no podáis aspirar al famoso nivel 256 que rompe el juego y marca su final, pero sirve para hacerse una idea del impacto de Pac-Man en la sociedad. En Archive.org se puede jugar a la infame versión de Atari 2600, el juego más vendido de la consola y uno de los motivos de la crisis del videojuego de 1983.

Mi manera favorita de volver a los laberintos de pirulas es, de un tiempo a esta parte, Pac-Man Championship Edition DX, la revisión de la Championship Edition de 2007 que lanzó Namco en 2010. (Un tiempo después, se empezó a llamar DX+, y tiene todavía más añadidos, entre ellos un skin del Pac-Man original.) La genialidad de la Championship Edition es que, de manera más pronunciada que en Space Invaders Extreme, no se busca replicar las dinámicas del primer Pac-Man sino expandirlas, buscar nuevos caminos y representar ciertas sensaciones.

Hay varios modos de juego: en uno, tenemos que conseguir la mayor puntuación en un tiempo limitado; en otro, tenemos que conseguir todas las frutas en el menor tiempo posible; en otro, tenemos que conseguir combos de fantasmas tan altos como nos sea posible. Estas tres posibilidades estaban en el original, pero eran diferentes: sí, había que conseguir la mayor puntuación posible en un tiempo limitado (las 255 pantallas que funcionaban; Billy Mitchell, el «malo» de The King of Kong, es el primer jugador registrado que consiguió la puntuación máxima de Pac-Man, 3.333.360 puntos), y comer frutas y bolitas era la base del juego; por supuesto, saber colocar a los fantasmas de la manera más apropiada para comérselos a todos con una única bola de energía era esencial para conseguir puntuaciones altas.

Pero en la Championship Edition lo importante es simular las sensaciones de las partidas frenéticas de nivel alto. Es un juego efectista de las mejores maneras: los puristas quizá se horroricen al ver que hay bombas, que podemos usar para deshacernos temporalmente de los fantasmas cuando nos arrinconan o nos agobian más de la cuenta, y seguro que alguien, en algún lugar del mundo, tuvo un infarto cuando vio que el juego entra en una cámara lenta bastante épica cuando nos acercamos más de la cuenta a un fantasma, para facilitarnos los esquives de última hora y las maniobras espectaculares. (Incluso salen chispas cuando cogemos de cierta manera las curvas.)

Los mejores momentos de la Championship Edition, cuando nos persiguen decenas de fantasmas y arriesgamos para acumular unos cuantos más antes de coger la bola de energía y desatar esa sinfonía tremenda que se forma cuando enlazamos un buen montón de fantasmas, o cuando arañamos medio segundo escogiendo un camino y no otro en el modo por tiempo; esos mejores momentos, decía, son impagables; nos acercan algo que quizá no podamos vivir nunca: la sensación de llegar por primera vez a los 3.333.360 puntos, de ser pionero en la era de los arcades. Es Pac-Man concentrado y presentado de una manera desquiciada y hermosa; también, a través de sus extras y sus documentos que nos ayudan a repasar la historia del personaje y sus juegos, es una oportunidad para aprender alguna cosa, y, en un día como hoy, celebrar que hace treinta y cinco años un círculo amarillo con un triángulo recortado nació en Japón, y no contento con comerse a los fantasmas se comió el mundo entero.