Análisis de Hitman: Intro Pack

La última vez que analicé un Hitman se traba de Absolution, y no tuve reparos en empezar la reseña hablando de tipos de calvos en la cultura moderna y de hacer, en definitiva, lo que mejor se me da: escribir gilipolleces. Era una mañana soleada y habían pasado unas doce horas desde que había terminado mi segunda y concluyente partida, así que mientras desayunaba tecleando el texto en un Word, iba bebiéndome las ideas todavía frescas que había dejado anotadas antes de acostarme, como un zumo de naranja recién hecho en un domingo tranquilo con todo el día por delante. Lo disfruté con sus defectos, me peleé y me reconcilié con él varias veces, y finalmente tenía ordenado en el cerebro cada párrafo sobre lo que quería explicar del juego. El texto entró por mi cabeza y salió por mis dedos con la limpieza de un balazo preciso. Jugar, redactar, publicar y a otra cosa.

Con Hitman, esta suerte de nuevo reboot de confuso formato, tengo cuatro años más de experiencia a mis espaldas pero la tarea de escribir sobre él se me está haciendo farragosa. Es tarde, el sol parece haberse puesto antes de hora, no me he duchado, no me he peinado y los vecinos celebran un ruidoso cumpleaños mientras yo tecleo a oscuras, dando sorbos a una bebida energética que se ha quedado caliente y sabe a rayos. Esto es lo que sucede cuando la industria más pasional del mundo —la única en la que seguidores de una marca se pelean con seguidores de otra marca, esa en la que la relación del jugador con su consola roza la parafilia— decide que una triple reverencia con beso en cada uña del pie quizá no sea suficiente y pone en práctica su derecho de pernada sobre tu mujer. Esto es lo que pasa cuando a uno le meten en la tesitura de escribir sobre un experimento comercial mutilado y vendido por piezas: que entra en un bucle de juicios de valor y consideraciones colaterales y lo paga con su salud, su ánimo y su motivación.

Y es que fui de los primeros en decir que Hitman podría tener sentido distribuido en pedazos. Pensé que la primera tanda de contenido sería digna, que la estrategia era simplemente alargar la vida del juego con misiones y más misiones, y que no había motivos para que esa cosa que han llamado Intro Pack no fuese una experiencia completa y rica que le estimulase a uno para seguir consumiendo las siguientes movidas del Agente 47. Pero no. Después del tutorial en dos misiones que nos ofreció la beta, la primera hornada de contenido (o episodio o capítulo o como diablos se llame) para Hitman añade una sola misión al asunto, una y nada más.

Quien jugase a la beta tiene por delante un buen rato de repetir exactamente lo que ya exprimió en su día. Una misión de mentirijilla a bordo de un yate varado en mitad de una nave industrial, lleno de actores y balas no letales, donde lo más divertido es sin duda noquear al cocinero lanzándole una llave inglesa a la cara cada vez que pasamos por la cocina. Y la misión en el hangar, donde un ajedrecista espía prepara su huida hacia territorio ruso rodeado de guardias, policías, soldados y mecánicos. Allí la escala se agranda y las posibilidades se multiplican para dejar entrever lo que nos vamos a encontrar en el nivel importante que viene a arrancar la maquinaria de lo que IO Interactive planea ofrecer en los próximos meses y que, se conoce, no ha podido o no ha querido reunir en un disco.

El famoso asesinato en el desfile de moda de París es un escenario exuberante, un enorme palacio isabelino en el que no solo hay cientos de personas, entre ellas cuerpos de seguridad tanto del recinto como privada y guardaespaldas personales, sino que la exigencia es matar a dos objetivos que son el centro de atención absoluto del evento. Si la conspiranoia clásica está en lo cierto y el Papa Juan Pablo I fue en realidad asesinado en su dormitorio del mismísimo corazón del Vaticano en 1978, esto no puede ser tan difícil. Y, quizá esto sea lo más preocupante del juego al margen del formato, de hecho no lo es en absoluto: he matado a este matrimonio de espías de ocho formas distintas, y he salido indemne de todas ellas a la primera.

Se desprenden varias conclusiones de esto: la primera, algo que el prólogo ya deja ver, es que cada misión está pensada de manera que existan docenas de maneras de acabar el trabajo y ninguna de ellas sea al estilo Max Payne, derribando puertas y volando sobre las mesas. La segunda, que no es nada fácil fabricar un ecosistema como ese en el que todo funcione en armonía (los camareros sirvan, los periodistas saquen fotos, las modelos desfilen, los maquilladores maquillen, los invitados conversen y la seguridad patrulle) y siga habiendo pequeñas brechas que explotar para colarse y seguir avanzando sin que el diseño parezca un queso emmental plagado de agujeros. Y a veces, según la ruta que uno elija, sí lo parece.

El nivel de París no solo tiene mucho mérito pese a no estar todo lo pulido que debería en cuanto a la ingeniería de la infiltración, sino que también es bastante satisfactorio. La libertad que ofrece el nuevo sistema de disfraces (ahora solo ciertos personajes señalados pueden reconocernos como intrusos, basta con evitarlos) y la amplísima variedad de atuendos disponibles hacen que pasear por el recinto sea en cierto modo placentero. Casi se podría resumir como un sandbox de tamaño reducido: grande para un nivel, pequeño para un juego. Hacerse pasar por un supermodelo y desfilar por la pasarela es, en este sentido, un punto álgido en la larga vida del Agente 47 y la más memorable de sus engañifas de asesino sigiloso. Queda en el tintero, o al menos yo no he sabido cómo, la posibilidad de travestirnos y hacernos pasar por una vieja viuda de la alta sociedad, terriblemente maquillada, con pamela y un perrito en brazos casi tan caro como el abrigo de visón. Si los videojuegos sirven para vivir otras vidas, esta es una nueva oportunidad perdida.